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15 de julio de 2025 a las 09:10

La batalla de Bibi

La situación en Gaza se ha convertido en un trágico bucle de destrucción y sufrimiento, una herida abierta en la conciencia mundial que parece no encontrar cicatrización. El reciente reportaje del New York Times, que señala la posible obstrucción del Primer Ministro israelí a acuerdos de paz con Hamas, arroja una luz inquietante sobre las motivaciones detrás de esta prolongada crisis. ¿Es posible que la permanencia en el poder, la ambición política, esté por encima del valor de la vida humana? La pregunta resuena con la fuerza de un trueno en un cielo despejado, obligándonos a confrontar una realidad incómoda y dolorosa.

Esta guerra, la más larga en la historia de Israel, se ha desdibujado, alejándose de la concepción tradicional de conflicto armado. Ya no se libran batallas en campos abiertos, sino que se perpetran ataques aéreos, bombardeos e incursiones en zonas civiles, lugares donde la población busca refugio, donde la vida debería ser sagrada e inviolable. La justificación de que Hamas opera desde hospitales, escuelas o albergues, se desmorona ante la escasez de estas infraestructuras, reducidas a escombros por la incesante lluvia de fuego. El coste humanitario es devastador, una mancha indeleble en la imagen de quien se autoproclama baluarte de los valores occidentales y judeocristianos en la región.

El belicismo del gobierno actual ha erosionado la imagen de Israel y la causa judía en el mundo, alimentando el aislamiento diplomático y proporcionando, lamentablemente, pretextos para las expresiones más abyectas de antisemitismo. Con cada día que pasa, los elementos más radicales y extremistas del gobierno israelí se exhiben sin tapujos, confirmando los peores temores.

Un ejemplo escalofriante es la nueva agencia “humanitaria” encargada de la distribución de ayuda en Gaza, una entidad que ha desplazado a organizaciones de reconocido prestigio como la ONU y numerosas ONGs. Su actuación, lejos de aliviar el sufrimiento, lo exacerba, poniendo en riesgo la vida de quienes buscan auxilio en sus centros, tal como lo documenta el Financial Times en su reportaje del 14 de julio. Este hecho, por sí solo, debería ser motivo de alarma y condena internacional.

Pero la espiral de horror no termina ahí. La propuesta, surgida del propio gabinete de Netanyahu, de reubicar a la población gazatí en lo que los medios israelíes describen como un campo de concentración, es un acto de barbarie que nos retrotrae a los episodios más oscuros de la historia. Si bien el Primer Ministro se ha distanciado de esta propuesta, sus argumentos no se centran en la violación flagrante del derecho internacional o en la evidente limpieza étnica que supondría, sino en el coste económico y la tardanza del proceso. Una respuesta fría y calculadora que elude la esencia del problema y revela una preocupante falta de empatía.

Ante esta situación, las voces que se alzan para denunciar las atrocidades no son aliados de Hamas, sino la expresión de la conciencia de la humanidad, un clamor que resuena en todos los rincones del planeta, incluyendo a numerosos israelíes y judíos que se niegan a ser cómplices de esta tragedia. No podemos permanecer impasibles ante el sufrimiento del pueblo gazatí. Es nuestro deber exigir el fin de la violencia, el respeto al derecho internacional y una solución justa y duradera que garantice la paz y la dignidad para todos. Consulten las fuentes, lean los reportes de las organizaciones humanitarias, de la ONU, de los medios internacionales. No se dejen engañar por la propaganda. La verdad, por dolorosa que sea, es el único camino hacia la justicia y la reconciliación.

Fuente: El Heraldo de México