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14 de julio de 2025 a las 09:50

Senado vs. Trump: ¿No a la IA sin control?

La chispa prendió en el corazón del verano estadounidense. Mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo nocturno del 4 de julio, en los despachos de Washington se libraba una batalla silenciosa, una lucha por el control del futuro. El “One Big Beautiful Bill Act”, la ambiciosa apuesta legislativa de la segunda administración Trump, no solo abordaba temas candentes como salud o migración, sino que escondía una bomba de relojería: una moratoria de diez años a la regulación de la Inteligencia Artificial. Imaginen, una década, un abismo temporal en el vertiginoso mundo tecnológico, donde la innovación se mide en meses, incluso en días. Diez años sin que ninguna ley, estatal o local, pudiera poner freno a los algoritmos, a los sistemas de decisión automatizados que, con cada vez mayor precisión, comienzan a moldear nuestras vidas.

La Cámara de Representantes, en un movimiento que muchos calificaron de temerario, dio luz verde a la propuesta inicial. Un cheque en blanco para la IA, sin importar sus posibles consecuencias, sin mecanismos de control que protegieran a los ciudadanos de sus potenciales abusos. La justificación, como un mantra repetido hasta el cansancio, era la competitividad. No podíamos, según los defensores de la moratoria, atarnos las manos mientras China avanzaba a pasos agigantados en la carrera por la supremacía tecnológica.

Pero el Senado, al menos en esta ocasión, actuó como un contrapeso. La prohibición total se transformó en un condicionamiento: los estados que quisieran regular la IA perderían el acceso a fondos federales para su desarrollo. Un intento sutil, pero no menos peligroso, de ahogar cualquier iniciativa regulatoria en la cuna.

La reacción no se hizo esperar. Una coalición inusual, tejida con hilos de diferentes ideologías y preocupaciones, se alzó contra la medida. Más de 260 legisladores estatales, 40 fiscales generales, organizaciones de la sociedad civil y hasta figuras republicanas como Josh Hawley y Marsha Blackburn, unieron sus voces en un clamor por la protección de la soberanía estatal y la seguridad de la ciudadanía. Argumentaron, con razón, que la IA no es un juego, que sus implicaciones éticas y sociales son demasiado profundas como para dejarlas al arbitrio del mercado o la ambición desmedida de las grandes tecnológicas.

La presión surtió efecto. La cláusula finalmente se eliminó, otorgando un respiro, una victoria parcial en una batalla que apenas comienza. Estados como Colorado, Nueva York e Illinois, conscientes de la urgencia, ya han dado los primeros pasos, legislando en áreas sensibles como los recursos humanos, donde los algoritmos ya juegan un papel crucial en la selección y contratación de personal. Otros estados exploran la regulación de la IA en la protección infantil, un campo minado donde la tecnología puede ser tanto una herramienta invaluable como un arma peligrosa.

La ausencia de una regulación federal armonizada sigue siendo una asignatura pendiente. La postura del gobierno, encarnada en las figuras de Trump y su vicepresidente J.D. Vance, es clara: laissez faire, dejar hacer. El mercado, según ellos, se autorregulará. Una apuesta arriesgada, cuando lo que está en juego es el futuro del trabajo, la privacidad, la seguridad e incluso la democracia.

La batalla por la regulación de la IA no se limita a las fronteras de Estados Unidos. Es una conversación global, urgente, que nos interpela a todos. No se trata de demonizar la tecnología, sino de asegurarnos de que su desarrollo esté al servicio de la humanidad, no al revés. La soberanía legislativa estatal, en este contexto, se convierte en un baluarte, una línea de defensa crucial para proteger nuestros derechos y libertades en la era de los algoritmos. El futuro se escribe hoy, y la responsabilidad de construirlo de manera justa y equitativa es de todos.

Fuente: El Heraldo de México