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13 de julio de 2025 a las 19:45

El último grito de Liam

La tragedia de Liam David Marín Pineda ha abierto una dolorosa herida en la sociedad colombiana, exponiendo la fragilidad de la salud mental de nuestros jóvenes y la precariedad de los sistemas de apoyo disponibles. El desgarrador video de sus últimos momentos, circulando en redes sociales, ha generado una ola de indignación y cuestionamientos sobre la efectividad de las líneas de atención para la prevención del suicidio. Más allá del impacto emocional inmediato, el caso de Liam nos obliga a mirar de frente una realidad incómoda: ¿estamos fallando como sociedad en la protección de nuestros jóvenes? ¿Estamos escuchando sus gritos silenciosos de auxilio?

La impotencia que se siente al ver la grabación, al presenciar la lucha de los bomberos y policías por salvar a Liam, se transforma en rabia al leer los testimonios de quienes han intentado, sin éxito, acceder a las líneas de ayuda. Las denuncias en redes sociales pintan un panorama desolador: líneas telefónicas que no contestan, mensajes de WhatsApp que se pierden en el vacío, citas para atención psicológica que se demoran meses, una espera interminable que puede resultar fatal para quien se encuentra al borde del abismo.

Las cifras del Ministerio de Salud, que indican que casi la mitad de los niños y niñas presentan indicios de problemas de salud mental, son alarmantes. Si a esto le sumamos el dato del Sistema Unificado de Convivencia Escolar, que reporta un alto porcentaje de estudiantes víctimas de acoso escolar, el panorama se vuelve aún más preocupante. ¿Qué tipo de sociedad estamos construyendo si nuestros jóvenes no se sienten seguros ni en sus hogares ni en sus escuelas?

La historia de Liam no puede quedar como una simple anécdota trágica más. Debe ser un llamado a la acción, una exigencia para que las autoridades fortalezcan los servicios de atención en salud mental, para que las EPS garanticen un acceso oportuno a la atención psicológica, para que las escuelas implementen programas de prevención del acoso escolar y promuevan la salud emocional de sus estudiantes.

Es necesario ir más allá de las líneas telefónicas y las campañas publicitarias. Debemos construir una red de apoyo sólida y efectiva, que involucre a las familias, las escuelas, las comunidades y las instituciones. Debemos aprender a identificar las señales de alerta, a escuchar sin juzgar, a ofrecer una mano amiga a quien la necesita.

El suicidio no es la solución, pero la falta de apoyo y la desesperanza pueden llevar a creer que sí lo es. El recuerdo de Liam debe impulsarnos a construir un futuro donde ningún joven se sienta solo, donde la salud mental sea una prioridad y donde la vida sea siempre la mejor opción. No podemos permitir que otras familias vivan esta tragedia. Es hora de actuar, de escuchar, de construir una sociedad que proteja y cuide a sus jóvenes. La memoria de Liam nos lo exige. El futuro de nuestros hijos depende de ello.

Fuente: El Heraldo de México