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13 de julio de 2025 a las 04:00

Adiós, Liam: 17 años y un salto al vacío.

La sombra de la tragedia se cierne nuevamente sobre nuestra comunidad. El eco del impacto aún resuena en los corazones de quienes presenciaron la desgarradora escena: un joven, a las puertas de la adultez, decidió terminar con su vida lanzándose del Viaducto César Gaviria Trujillo. Liam David Marín Pineda, a tan solo cuatro meses de cumplir 18 años, se convirtió en otra víctima de la silenciosa batalla contra la desesperanza. La impotencia se palpa en el aire, en los rostros de los policías, bomberos y ciudadanos que, con desesperación, intentaron persuadirlo. Sus palabras, cargadas de súplicas, se perdieron en el viento, mientras las redes sociales amplificaban la tragedia en tiempo real, convirtiendo el dolor en un espectáculo viral. Las imágenes, crudas y desoladoras, muestran la fragilidad de la vida y la urgencia de una respuesta efectiva ante la crisis de salud mental que aqueja a nuestra sociedad.

Este no es un hecho aislado. El viaducto, imponente estructura que une a Pereira y Dosquebradas, se ha convertido, lamentablemente, en un escenario recurrente de estas tragedias. Cada caída es un grito silencioso que nos interpela como sociedad, un llamado a la reflexión sobre las fallas en nuestro sistema de apoyo y prevención. La difusión de los videos, aunque dolorosa, pone en evidencia la necesidad de una acción inmediata. No podemos seguir siendo meros espectadores del sufrimiento ajeno. Debemos transformar la conmoción en un motor de cambio, en una fuerza que impulse la creación de estrategias de prevención más efectivas.

Más allá de las barreras físicas que se puedan implementar en el puente, la verdadera solución radica en construir redes de apoyo sólidas y accesibles. La salud mental no puede seguir siendo un tema tabú. Debemos romper el silencio, hablar abiertamente sobre la depresión, la ansiedad y otras enfermedades que afectan a tantos jóvenes. Es fundamental fortalecer los canales de atención psicológica, garantizando que todos, sin importar su condición económica o social, tengan acceso a profesionales capacitados. La educación emocional debe ser una prioridad en nuestras escuelas y familias, enseñando a nuestros hijos a reconocer sus emociones, a pedir ayuda y a valorar la vida.

La historia de Liam David es un recordatorio doloroso de la importancia de la empatía y la solidaridad. Cada uno de nosotros puede ser un agente de cambio en la vida de alguien que está luchando en silencio. Prestar atención a las señales de alerta, ofrecer una palabra de aliento, escuchar sin juzgar, son gestos sencillos que pueden marcar la diferencia. Las líneas de atención psicológica son una herramienta valiosa, pero también es crucial fomentar una cultura de apoyo en nuestro entorno cercano. La prevención del suicidio es una responsabilidad compartida, un compromiso que debemos asumir como sociedad para evitar que más jóvenes se sientan solos y sin esperanza. El recuerdo de Liam debe impulsarnos a construir un futuro donde la vida sea valorada y protegida, un futuro donde ningún joven sienta que la única salida es el vacío.

Fuente: El Heraldo de México