
12 de julio de 2025 a las 09:25
¿Petro, el fin de una era?
La tormenta política que azota la presidencia de Gustavo Petro parece no tener fin. Desde acusaciones de financiación ilícita proveniente del narcotráfico durante su campaña, hasta señalamientos de un supuesto consumo personal de drogas y una constante rotación ministerial que ha visto desfilar a 54 ministros en apenas tres años para 19 carteras, la estabilidad del gobierno colombiano se tambalea peligrosamente. La reciente renuncia de Laura Sarabia, mano derecha de Petro y envuelta en un escándalo de pasaportes, es solo la punta del iceberg en un mar de controversias. El espectro de un posible derrocamiento, orquestado, según Petro, en contubernio con Estados Unidos, se cierne sobre el Palacio de Nariño. La misiva enviada a Donald Trump, en un intento por apaciguar las tensiones, revela la fragilidad de la situación y el temor a una intervención externa. La frase "El miedo no anda en burro", utilizada por el propio presidente, resuena con una ironía amarga en medio de la creciente incertidumbre.
La fractura interna dentro del propio gobierno se agudiza con las acusaciones cruzadas entre Petro y su vicepresidenta, Francia Márquez. La otrora esperanza para el medio ambiente y las mujeres colombianas, hoy se encuentra relegada y sin poder, expresando incluso temor por su propia vida. Este distanciamiento no solo debilita la imagen del gobierno, sino que también socava la confianza de la ciudadanía en la capacidad de sus líderes para trabajar juntos por el bien común.
El resurgimiento de la violencia en las calles, con ataques a estaciones de policía y el empoderamiento de la disidencia de las FARC, pintan un panorama sombrío. La falta de una política efectiva para combatir el narcotráfico alimenta este ciclo de violencia, poniendo en riesgo la seguridad y la estabilidad del país. El atentado contra el senador opositor Miguel Uribe Turbay, un crítico acérrimo de Petro, añade otra capa de complejidad a la situación y genera aún más interrogantes sobre la capacidad del gobierno para garantizar la seguridad de sus ciudadanos, incluyendo la de sus opositores políticos.
Las declaraciones del excanciller Álvaro Leyva, acusando a Petro de consumo de drogas y afirmando haberlo comprobado durante un viaje oficial a París, echan más leña al fuego de la controversia. Estas acusaciones, provenientes de un exmiembro del gabinete, añaden un elemento de traición y desconfianza al ya turbulento panorama político.
La confesión del hijo del presidente, Nicolás Petro Burgos, sobre la financiación irregular de la campaña presidencial con dinero proveniente del narcotráfico, es un golpe devastador para la imagen de Petro. La mención de Samuel Santander Lopesierra, alias "El Hombre Marlboro", vinculado al narcotráfico y al contrabando, reaviva los fantasmas del pasado y pone en tela de juicio la legitimidad del gobierno. El episodio del viaje a Perú y la imagen de Petro tomado de la mano de una modelo trans, si bien defiende su derecho a la intimidad, se suma a la narrativa de un presidente asediado por escándalos y alejado de las promesas de cambio que lo llevaron al poder.
La esperanza de renovación que representaba la llegada de Petro al poder se ha desvanecido en medio de una espiral de acusaciones, escándalos y violencia. Los colombianos, desilusionados y preocupados por el futuro del país, deberán esperar hasta agosto de 2026 para una nueva oportunidad de cambio. Mientras tanto, la incertidumbre y la inestabilidad se ciernen sobre Colombia, dejando una profunda herida en el corazón de la nación.
Fuente: El Heraldo de México