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11 de julio de 2025 a las 13:10

Protege tus datos del gobierno

La vigilancia digital se ha convertido en una sombra omnipresente en nuestras vidas. Lo que antes era un futuro distópico imaginado por Orwell, hoy es una realidad palpable. La alianza entre gobiernos y gigantes tecnológicos, forjada en la sombra durante décadas, ha erosionado nuestra privacidad a un ritmo alarmante. Como advertía Bernie Sanders, nos encontramos al borde de una oligarquía tecnócrata, donde el poder se concentra en manos de unos pocos que controlan la información.

Carissa Véliz, en su obra "Privacidad es Poder", destaca dos momentos cruciales que marcaron un punto de inflexión en esta peligrosa dinámica. El primero, el 11-S. El miedo al terrorismo justificó la renuncia a la privacidad en nombre de la seguridad nacional. La Ley Patriota, promulgada en Estados Unidos tras los atentados, sentó las bases de un modelo de vigilancia estatal que se ha expandido por Occidente. Recordemos el informe de la Comisión Federal de Comercio, que abogaba por la autorregulación de las empresas tecnológicas para proteger a los ciudadanos. Ese informe, lleno de promesas de empoderamiento individual, quedó sepultado bajo el peso de la paranoia y la necesidad de control. La proximidad entre el Pentágono y la nueva sede de Amazon en Arlington, Virginia, no es casualidad. Simboliza la peligrosa fusión entre el poder político y el poder tecnológico, una alianza que opera en las sombras, lejos del escrutinio público y de nuestras libertades.

El segundo punto de inflexión fue la pandemia de COVID-19. Bajo el pretexto de la salud pública, gobiernos y empresas recopilaron datos biométricos, historiales médicos y patrones de movimiento. La justificación era noble: controlar la propagación del virus. Sin embargo, estos datos, una vez recolectados, se convirtieron en una nueva herramienta de control. La pandemia aceleró la construcción de una sociedad de la vigilancia, normalizando la intrusión en nuestra vida privada.

El poder, antes territorial, ahora es digital. Quien controla los datos, controla el futuro. Estos gigantes tecnológicos, con acceso a nuestra información más íntima, pueden predecir nuestros comportamientos, influir en nuestras decisiones y, en última instancia, controlar nuestras vidas. Nos encontramos en un escenario donde el Big Brother orwelliano no es una ficción, sino una realidad operando con fines económicos, políticos y sociales.

Los gobiernos, que deberían ser los garantes de nuestros derechos, han abdicado de su responsabilidad. Seducidos por la promesa del control, se aliaron con las mismas fuerzas que ahora amenazan con someternos. La concentración de poder, lejos de garantizar la seguridad, ha erosionado los principios fundamentales de la democracia: libertad, igualdad, imparcialidad y pluralidad. Ahora, en un intento desesperado por recuperar el control, intentan someter a las mismas empresas que antes cortejaron.

La recuperación de nuestra autonomía es crucial para la supervivencia de la democracia. Sin autonomía no hay intimidad, y sin intimidad, no hay libertad. Debemos reconstruir la esfera privada, reclamar nuestro derecho a la privacidad y exigir transparencia a quienes recopilan y utilizan nuestros datos. Necesitamos saber qué información tienen, cómo la protegen y, sobre todo, qué hacen con ella. Es imperativo fomentar la creación de instituciones civiles que actúen como contrapeso a estas nuevas estructuras de poder y nos ayuden a navegar en la compleja economía de datos. Solo así podremos liberarnos de los algoritmos y recuperar el control de nuestras vidas. La alternativa es una distopía donde la libertad es un recuerdo del pasado.

Fuente: El Heraldo de México