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11 de julio de 2025 a las 03:45

El Templo Mayor: Tesoro Azteca bajo la CDMX

La historia del Templo Mayor de Tenochtitlan es una fascinante novela de descubrimientos, una saga que se desarrolla a lo largo de siglos, entretejida con casualidades, intuiciones brillantes y la perseverancia de arqueólogos apasionados. Imaginen la Ciudad de México de hace más de cien años, un palpitante centro urbano donde, bajo el pavimento, latía el corazón de la antigua capital mexica. Un edificio, sin mayor pretensión arquitectónica, se alzaba en la calle de Seminario, hoy República de Argentina. Su demolición, en apariencia un evento trivial, se convertiría en la llave que abriría una puerta al pasado.

El arqueólogo Manuel Gamio, figura clave en la antropología mexicana, regresaba de un congreso en Londres con una idea resonando en su mente. Había escuchado una teoría que ubicaba las ruinas del Templo Mayor precisamente bajo los edificios de aquella manzana. La demolición del edificio de Dondé Preciat representaba una oportunidad única. Con la autorización del Museo Nacional, Gamio inició las excavaciones. Podemos visualizarlo, con su equipo, retirando capas de tierra, piedra y escombros, sintiendo la creciente expectativa a medida que se acercaban a lo desconocido. Y entonces, en mayo de 1914, tras excavar varios metros, emergió de la tierra el ángulo suroeste del Templo Mayor. Un momento crucial, un reencuentro con la historia tras siglos de olvido.

Años más tarde, en 1933, la historia se repite con nuevos matices. Aprovechando la demolición de otros edificios en la misma zona, el arquitecto Emilio Cuevas lidera una nueva exploración. Esta vez, el descubrimiento es aún más impactante: un imponente monolito similar a la Coatlicue, bautizado como Yolotlicue. Imaginen la emoción de los arqueólogos al desenterrar esta colosal escultura, testigo silencioso de un pasado glorioso. Además, se descubre un muro que formaba parte de la sexta etapa constructiva del Templo Mayor, una pieza más en el complejo rompecabezas de la historia mexica.

Pero la historia no termina ahí. En 1978, una llamada anónima a la Oficina de Rescate Arqueológico del INAH cambiaría el curso de las investigaciones. Una mujer, cuya identidad permanece en el misterio, alertaba sobre algo importante enterrado en la esquina de Guatemala y Argentina. Casi como guiados por una fuerza invisible, los arqueólogos acudieron al lugar. Allí, trabajadores de la Compañía de Luz y Fuerza, en una excavación rutinaria, habían tropezado con un tesoro: la monumental escultura de Coyolxauhqui, la diosa de la Luna. Un hallazgo fortuito, un golpe de suerte que marcaría un hito en la arqueología mexicana.

El descubrimiento de Coyolxauhqui fue el detonante del Proyecto Templo Mayor, liderado inicialmente por Eduardo Matos Moctezuma y posteriormente por Leonardo López Luján. Un proyecto multidisciplinario que reunió a científicos de diversas áreas, dando lugar a nuevas excavaciones, al Museo de Sitio del Templo Mayor y a la delimitación de la zona arqueológica. Gracias a este proyecto, se han descubierto otras estructuras importantes, como las ampliaciones de la pirámide del Templo Mayor, la Casa de las Águilas, el Cuauhxicalco y el monolito de Tlaltecuhtli.

La historia del Templo Mayor es un testimonio de la importancia de la investigación arqueológica, de la perseverancia y de la capacidad del ser humano para reconstruir su pasado. Un pasado que, aunque enterrado bajo las capas del tiempo, sigue vivo y nos habla a través de estos impresionantes descubrimientos. Cada piedra, cada escultura, cada vestigio encontrado nos acerca un poco más a la grandeza de la civilización mexica y nos recuerda que la historia está a nuestro alrededor, esperando ser descubierta.

Fuente: El Heraldo de México