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11 de julio de 2025 a las 09:30
El futuro global: ¿Choque de titanes?
La sombra de la incertidumbre se cierne sobre el futuro de la cooperación transatlántica. El Foro de Bruselas 2025, celebrado en un contexto de disrupción global sin precedentes, puso de manifiesto la complejidad del panorama geopolítico actual. Desde la guerra en Irán, con sus implicaciones globales, hasta la persistente guerra en Ucrania y las crecientes tensiones en el Indo-Pacífico, el mundo se encuentra en un estado de constante reconfiguración. Estos conflictos no solo redibujan los mapas geoestratégicos, sino que también ponen a prueba la capacidad de respuesta de las democracias liberales, sacudiendo los cimientos del orden internacional establecido.
A esta inestabilidad se suma una feroz competencia tecnológica, una carrera por recursos estratégicos cada vez más escasos y una preocupante fragmentación del multilateralismo. La confianza en las instituciones, la información y las alianzas tradicionales se erosiona a un ritmo alarmante, alimentando la desinformación y el populismo. Ante este escenario, la pregunta crucial es: ¿cómo puede sobrevivir la cooperación transatlántica en un mundo tan convulso?
Durante décadas, la alianza transatlántica ha sido un pilar fundamental del orden liberal internacional. Sin embargo, las presiones actuales exigen una reevaluación crítica y realista de los fundamentos de esta relación. El regreso de Trump a la Casa Blanca y el auge de movimientos nacionalpopulistas en Europa, con su discurso de "Make Europe Great Again" (MEGA), representan un serio desafío a la integración europea y al multilateralismo.
Dentro de la Unión Europea, dos visiones contrapuestas luchan por imponerse. Por un lado, la visión trumpista, que busca desmantelar la integración europea y devolver el poder a los estados nacionales. Por otro, la visión de una Europa más integrada, capaz de competir en un mundo de gigantes, apostando por la innovación, la seguridad y la defensa común, y la consolidación del mercado único.
Europa, tradicionalmente dependiente de Estados Unidos en materia de seguridad y defensa, se enfrenta al dilema de equilibrar su necesidad de protección con la competencia económica en sectores estratégicos. La diferenciación entre seguridad y comercio, una constante en las relaciones transatlánticas, se vuelve cada vez más difícil de mantener.
Pero la amenaza más preocupante reside en la erosión interna de las democracias occidentales. La polarización política, el auge de discursos autoritarios y la desconfianza en las instituciones crean un caldo de cultivo para la desinformación y la parálisis estratégica.
En este contexto, la política transatlántica debe ir más allá de la simple defensa del legado del siglo XX. No se trata de aferrarse a estructuras caducas, sino de adaptar los valores fundacionales de libertad, pluralismo y cooperación a los desafíos del siglo XXI. Esto implica una agenda ambiciosa y pragmática, centrada en la ampliación del concepto de seguridad para incluir amenazas como los ciberataques y la manipulación de información, la promoción de la innovación y la soberanía tecnológica compartida, y la revitalización de la legitimidad democrática a través de una mayor participación de la sociedad civil, especialmente de las jóvenes generaciones.
La reconstrucción de la alianza transatlántica exige una adaptación a un mundo multipolar, un reconocimiento de las vulnerabilidades compartidas y una apertura a nuevas formas de cooperación con actores globales y regionales. En el 2025, las alianzas de conveniencia ya no son suficientes. Se necesitan pactos éticos, políticos y sociales capaces de resistir las tormentas y ofrecer un horizonte de esperanza. Europa y Estados Unidos, si están dispuestos a escuchar, aprender y actuar juntos, aún pueden liderar este proceso y construir un futuro más seguro y próspero.
Fuente: El Heraldo de México