
11 de julio de 2025 a las 09:30
Bloqueos: ¿Realmente funcionan?
La indignación hierve a fuego lento en las venas de México. Organizaciones, familias, vecinos, sindicatos, gremios… un crisol de voces alzadas que encuentran en el bloqueo su forma de expresión. Calles, avenidas, aeropuertos, casetas, centros comerciales, universidades… ¿es esta la vía? ¿Joderle la vida al compatriota, al que comparte el mismo suelo, el mismo aire, las mismas frustraciones? ¿Es ese el camino a la solución?
Pareciera existir una dualidad en el tratamiento de la protesta. Unos, con trato VIP, gozan de una libertad casi absoluta. La CNTE, por ejemplo, somete a la capital a una tortura cotidiana. El bloqueo como herramienta, la ciudad como rehén. Horas perdidas en el asfalto, vuelos perdidos en el tiempo. Y la consecuencia, ¿dónde está? No hay reprimenda, no hay castigo. Al contrario, prebendas y mejoras laborales en progresión ascendente. Una recompensa por el caos sembrado, mientras el resto, los que trabajan, los que respetan, los que no destruyen, observan con una mezcla de impotencia y rabia.
El vandalismo normalista, otro ejemplo paradigmático. Bajo el manto de la reivindicación, el saqueo, la destrucción, el robo. Casetas de cobro vulneradas, camiones secuestrados, alcaldías en llamas. ¿Y la justicia? Ausente, como si una fuerza invisible protegiera a estos actores de la impunidad. ¿Por qué? La respuesta se diluye en la maraña política.
Para el establishment actual, la CNTE y Ayotzinapa son una molesta reminiscencia. Peones utilizados en el tablero político, instrumentos de chantaje, ahora relegados a la categoría de incordio. Sin embargo, una suerte de protección los ampara. ¿Ideología? ¿Potencial disruptivo? Sea cual sea la razón, la impunidad es su escudo. Una impunidad que se extiende, como una mancha de aceite, a otros grupos, como los de la "marcha contra la gentrificación", donde la violencia se camufla entre las reivindicaciones legítimas.
En el otro extremo, las protestas que sí despiertan la reacción del aparato estatal. Los trabajadores del IMSS-Bienestar, las feministas que toman el Zócalo, los trabajadores del Poder Judicial… reciben la visita de la fuerza pública, con varying grados de rudeza. La ideología, una vez más, como criterio de diferenciación. Los “inaceptables”, los “enemigos del régimen”, no gozan del mismo privilegio de la impunidad.
Pero, más allá de la disparidad en el trato, hay un denominador común: la inutilidad. Los bloqueos, salvo en contadas excepciones, no perturban la comodidad de la burocracia. El ciudadano de a pie, el que sufre las consecuencias, es un daño colateral, una molestia irrelevante. Y ya ni siquiera se molestan en disimularlo. La impunidad, como un manto invisible, les otorga la arrogancia del poder absoluto. La sensación de que llegaron para quedarse, para siempre.
Ante este panorama desolador, urge la reflexión, la búsqueda de nuevas estrategias. El bloqueo, como herramienta de presión, ha demostrado su ineficacia. Es hora de explorar nuevos caminos, nuevas formas de alzar la voz, de exigir el cambio, sin perjudicar al que comparte la misma lucha, la misma esperanza de un México mejor. La indignación es legítima, pero la estrategia debe ser inteligente, efectiva y, sobre todo, respetuosa de los derechos de todos.
Fuente: El Heraldo de México