
10 de julio de 2025 a las 09:30
¿Victoria amarga?
La resaca post-Copa Oro nos permite analizar con mayor frialdad el triunfo de México. Si bien el título inyecta una dosis de optimismo y restaura un poco del prestigio perdido en la región, la euforia no debe nublar nuestro juicio. Es fundamental diseccionar el contexto de esta victoria para entender su verdadero valor y no caer en falsas expectativas de cara al futuro, especialmente con la responsabilidad de ser anfitriones del Mundial en el horizonte.
Celebrar es legítimo, incluso necesario. Pero una celebración desproporcionada, como la que vimos tras la final contra Estados Unidos, puede distorsionar la realidad. Enfrentamos a un equipo B, privado de sus figuras estelares. Imaginemos el escenario con un Pulisic en su plenitud, la precisión de McKennie, la creatividad de Reyna y Musah, o la solidez defensiva de Robinson. Sin duda, el reto habría sido mucho mayor. Si bien la reacción del Tri ante la desventaja en el marcador es plausible, no olvidemos que lo hizo ante un conjunto de suplentes con poca experiencia en estas lides.
La irrupción de Gilberto Mora, un adolescente de 16 años, generó una ola de entusiasmo desbordado, casi mesiánico. Se habló de él como el producto de una estrategia visionaria de desarrollo de talento. Sin embargo, la realidad es menos romántica. Su oportunidad surgió por la lesión de Luis Chávez, no por una política de apostar por las jóvenes promesas. Históricamente, México no se ha caracterizado por ser una incubadora de talentos. Ojalá este caso marque un punto de inflexión, pero por ahora, la prudencia es la mejor consejera.
El mérito de Javier Aguirre es innegable. Rescató a una selección a la deriva, le devolvió la identidad y el orgullo. Sin embargo, el estilo de juego del Tri durante la Copa Oro dejó mucho que desear. Las victorias, algunas ajustadas y con dosis de fortuna, frente a selecciones como Honduras o Arabia Saudita, revelaron las dudas tácticas, la falta de claridad en el planteamiento y la inconsistencia en el desarrollo del juego. El "Vasco" logró imponer su sello de disciplina y garra, pero el funcionamiento colectivo aún está lejos de ser óptimo.
Este triunfo, con sus luces y sombras, debe servir como punto de partida para un proceso de construcción sólido y a largo plazo. Directiva, cuerpo técnico y jugadores deben trazar un rumbo común, definir una filosofía de juego y trabajar en las debilidades que quedaron expuestas durante el torneo. El optimismo es válido, pero no podemos ignorar las carencias. El camino hacia el Mundial es largo y exigente. El tiempo apremia y la tarea es monumental. La Copa Oro fue un paso adelante, pero aún queda mucho por recorrer.
La verdadera prueba de fuego vendrá en los próximos compromisos. Ahí veremos si este título fue un espejismo en el desierto o el inicio de una nueva era para la selección mexicana. El futuro dirá si supimos aprovechar esta oportunidad para corregir el rumbo y construir un equipo competitivo, capaz de afrontar con garantías el desafío de un Mundial en casa. La afición, con su pasión y exigencia, estará vigilante.
Fuente: El Heraldo de México