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10 de julio de 2025 a las 12:30

PSG a la final: Goleada histórica al Madrid

La humillación se dibujó en el rostro de cada jugador merengue. El blanco inmaculado de su camiseta, símbolo de tantas glorias pasadas, se tiñó de la grisácea realidad de una noche para el olvido. El 4-0 resonaba en el vacío del MetLife, un eco ensordecedor que amplificaba la impotencia madridista. No fue una derrota, fue un desmantelamiento. Un recordatorio brutal de que la historia, por sí sola, no gana partidos. El escudo, por pesado que sea, no detiene goles.

El PSG, con una voracidad admirable, devoró al gigante blanco. Desde el pitazo inicial, impusieron un ritmo frenético, una presión asfixiante que dejó sin aire al mediocampo madridista. Kroos y Modric, acostumbrados a dictar el tempo del juego, parecían sombras errantes, incapaces de conectar dos pases seguidos. La defensa, desprotegida y expuesta, se convirtió en un coladero. Courtois, un espectador de lujo en tantas victorias, fue testigo de la caída, incapaz de frenar la avalancha parisina.

El primer gol, un mazazo tempranero, llegó como un presagio de lo que vendría. Fabián Ruiz, con la precisión de un cirujano, abrió la herida. Minutos después, Dembélé, con una velocidad endiablada, ampliaba la ventaja. El segundo gol, un puñal en el corazón madridista, apagó cualquier chispa de reacción. El MetLife, testigo de tantas noches mágicas, se convertía en el escenario de una pesadilla blanca.

La imagen de Vinicius, perdido en la inmensidad del campo, resumía la impotencia del Madrid. El brasileño, habitualmente desequilibrante, se vio atrapado en la telaraña defensiva parisina. Mbappé, por su parte, con la frialdad de un asesino a sueldo, ejecutó a su ex equipo sin remordimientos. La ironía del destino: el niño prodigio que brilló en el Bernabéu, volvía para humillar a quienes lo vieron crecer.

El tercer gol, obra nuevamente de Fabián Ruiz, fue la sentencia definitiva. El Madrid, noqueado, caminaba por el campo como un fantasma. El cuarto, ya en el descuento, un remate final de Ramos, fue la puntilla. Un golpe de gracia innecesario, pero que dejaba en evidencia la magnitud del desastre.

Luis Enrique, desde el banquillo, dibujaba una sonrisa de satisfacción. Su PSG, una máquina perfectamente engrasada, había dado una exhibición de poderío. Xabi Alonso, en la otra esquina, con el rostro desencajado, intentaba comprender la magnitud de la debacle. La lección era clara: en el fútbol moderno, la intensidad, la presión y la velocidad pueden más que la historia y el escudo. El Madrid, acostumbrado a vivir en el Olimpo, había caído al infierno. El 4-0, una cicatriz imborrable, un recordatorio de que la gloria pasada no garantiza el éxito futuro. El domingo, en la final, el PSG buscará la consagración. El Madrid, mientras tanto, tendrá que lamerse las heridas y empezar a reconstruir su orgullo.

Fuente: El Heraldo de México