
11 de julio de 2025 a las 02:05
Homenaje a los fallecidos de Intocable
El silencio en el escenario aún resonaba en los corazones de los fanáticos. Un silencio cargado de un dolor que traspasaba la música, un silencio que se convirtió en el himno no cantado de una tragedia que marcó para siempre la historia de Intocable. El 31 de enero de 1999, un día que prometía ser otro peldaño en el ascenso meteórico de la banda, se transformó en una pesadilla. La carretera, testigo silenciosa de tantas giras y sueños, se convirtió en el escenario de un accidente que arrebató la vida de José Ángel Farías, la voz vibrante que animaba a la multitud; de Silvestre Rodríguez, cuyas manos danzaban sobre las cuerdas del bajo, y de José Ángel González, parte esencial del engranaje que hacía posible la magia de Intocable.
Imaginen la escena: la anticipación del concierto en la Ciudad de México, la camaradería durante el viaje, la parada rápida en una tienda… momentos cotidianos que se convirtieron en los últimos recuerdos compartidos. Un neumático reventado, la pérdida de control, el metal retorcido… y el silencio. Un silencio que gritaba el nombre de los ausentes. En la década de los 90, Intocable se alzaba como un titán en la escena musical. Su música, un cóctel de romanticismo y energía norteña, conquistaba corazones a lo largo y ancho del país. Sus conciertos eran una fiesta, una comunión entre la banda y sus seguidores. ¿Quién podría imaginar que un destino tan cruel les aguardaba a la vuelta de la esquina?
La noticia del accidente se extendió como un reguero de pólvora, dejando a su paso un rastro de incredulidad y lágrimas. Los fanáticos, que coreaban sus canciones con fervor, ahora lloraban la pérdida de quienes les habían regalado tanta alegría. El dolor se convirtió en un lazo invisible que unió a la banda y a sus seguidores en un duelo colectivo.
De las cenizas de la tragedia nació "El amigo que se fue", una canción que se convirtió en el epitafio musical de José Ángel, Silvestre y José Ángel. Compuesta por Miguel Ángel Mendoza Barrón y Miguel Luna, la canción desgarra el alma con su honestidad brutal. No es un lamento, es un grito de dolor, un homenaje a la amistad perdida, un testimonio de la fragilidad de la vida. Cada nota, cada palabra, resonaba con la experiencia de la pérdida, con el vacío que deja la ausencia de un amigo.
"Lloramos por un amigo que se ha ido al paraíso", reza la canción, y en ese llanto se resume el sentimiento de una generación marcada por la tragedia. La canción no solo habla del dolor de la pérdida, sino también de la importancia de recordar, de mantener viva la memoria de quienes ya no están. Cada aplauso, cada triunfo, cada nota que Intocable interpreta desde entonces lleva consigo el eco de los que se fueron, un recordatorio constante de que la música trasciende la vida y la muerte.
"El amigo que se fue" no es solo una canción, es un legado. Un legado de amistad, de dolor y de esperanza. Un recordatorio de que la vida es un regalo precioso que debe ser valorado cada día. Y aunque el dolor de la pérdida nunca desaparece del todo, la música se convierte en un bálsamo, en un puente que conecta el pasado con el presente, y en un homenaje a quienes dejaron una huella imborrable en el corazón de Intocable y de sus fanáticos.
Fuente: El Heraldo de México