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9 de julio de 2025 a las 09:15

Adiós al huachicol: ¿y ahora qué?

La persistencia de la narrativa oficial contrasta dramáticamente con la cruda realidad. A pesar de las reiteradas afirmaciones presidenciales sobre la erradicación del huachicol, los hechos hablan por sí solos. Los decomisos millonarios de combustible robado, que se suceden con una frecuencia alarmante, desmienten categóricamente la versión triunfalista. No se trata de casos aislados, sino de una constante que pone en evidencia la magnitud del problema. La pregunta es ineludible: ¿cómo explicar estos decomisos históricos si, como se afirmaba, el huachicol ya no existía?

La discrepancia entre el discurso y los hechos abre la puerta a la especulación. ¿Se trata de una genuina falta de información, de un optimismo desmedido o de una estrategia deliberada para minimizar la gravedad de la situación? Sea cual sea la respuesta, lo cierto es que la realidad se impone. Los millones de litros de combustible robado, las refinerías clandestinas desmanteladas y las redes de delincuencia organizada dedicadas a este ilícito, pintan un panorama muy distinto al que se pretende presentar.

Más allá de la retórica, las consecuencias del huachicol son palpables. Las pérdidas millonarias para Pemex, el impacto ambiental de las tomas clandestinas y el riesgo para las comunidades aledañas, son solo algunas de las caras de este flagelo. Es imperativo, por tanto, ir más allá de las declaraciones y abordar el problema con la seriedad que merece. Se necesita una estrategia integral que combine la persecución del delito con medidas preventivas y de control.

La transparencia y la rendición de cuentas son fundamentales en este proceso. La ciudadanía tiene derecho a saber la verdad sobre la magnitud del problema y las acciones que se están tomando para combatirlo. Ocultar la realidad, minimizar los hechos o recurrir a la propaganda, solo agrava la situación y erosiona la confianza en las instituciones. La lucha contra el huachicol requiere un compromiso real y acciones concretas, no discursos triunfalistas que se desvanecen ante la contundencia de los hechos. El futuro de Pemex, la salud de nuestras comunidades y la credibilidad del gobierno están en juego.

Además, la insistencia en negar la realidad del huachicol, mientras los decomisos continúan, genera un clima de desconfianza y suspicacia. La ciudadanía se pregunta, con razón, si se le está ocultando información o si se está minimizando la gravedad del problema. Esta falta de transparencia no solo es perjudicial para la imagen del gobierno, sino que también dificulta la colaboración ciudadana en la lucha contra este delito.

Es fundamental comprender que el huachicol no es un problema aislado, sino un síntoma de una problemática más profunda: la corrupción y la impunidad que permea diversos sectores de la sociedad. Mientras no se ataquen las raíces de este mal, el huachicol seguirá siendo una amenaza latente. Se requiere una reforma profunda que fortalezca las instituciones, promueva la transparencia y garantice la rendición de cuentas. Solo así se podrá construir un futuro en el que la mentira y la impunidad no tengan cabida.

Fuente: El Heraldo de México