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8 de julio de 2025 a las 12:45

Sanando las heridas del ayer

La desaparición de una madre. Un vacío que se abre en la vida de su hija, Ele, y que la empuja a una búsqueda desesperada, una inmersión en las aguas turbias del pasado familiar. No es una búsqueda de respuestas fáciles, sino de fragmentos, de retazos de una historia que se ha construido sobre silencios y secretos. Junto a Jeni, la pareja de su madre, y la fiel Valeriana, una perra que se convierte en un guía silencioso a través de las memorias fragmentadas, Ele se adentra en un laberinto de emociones y recuerdos incompletos. ¿Qué encontrarán en ese viaje al corazón de la ausencia? ¿Qué secretos se esconden tras la aparente normalidad de la vida familiar?

La novela de Elisa Díaz Castelo, Malacría, nos invita a reflexionar sobre la persistencia del pasado, sobre cómo aquello que desconocemos, aquello que se ha callado durante generaciones, sigue habitando nuestro presente, moldeando nuestras relaciones, nuestras percepciones, incluso nuestros cuerpos. El silencio se convierte en un personaje omnipresente, un trauma heredado que se manifiesta de diferentes maneras en las mujeres de esta familia: la violencia, la enfermedad mental, la ambivalencia hacia la maternidad, la represión emocional. Son los síntomas de un dolor profundo, silenciado pero no ausente, un dolor que se transmite de madres a hijas como una herencia invisible.

No se trata simplemente de una historia familiar, sino de una exploración de la experiencia femenina en México, un retrato generacional que abarca tres generaciones de mujeres que se enfrentan a los desafíos del cuerpo, la salud mental, el duelo, el deseo y la maternidad. La novela nos obliga a confrontar la crudeza de los vínculos familiares, a despojarlos de la idealización y mirarlos con honestidad, aunque duela. Malacría nos recuerda que el silencio no borra el dolor, sino que lo transforma, lo enquista, lo perpetúa. Es una invitación a romper el ciclo, a nombrar lo innombrable, a sanar las heridas del pasado para construir un presente más auténtico.

La estructura fragmentada de la novela, que recuerda a obras como El asesino ciego de Margaret Atwood o Ada o el ardor de Vladimir Nabokov, refuerza la idea de una memoria incompleta, de una verdad que se construye a partir de múltiples perspectivas, de recuerdos rotos que se entrelazan para formar un mosaico complejo. No hay una única voz que narre la historia, sino un coro de voces que se superponen, que se contradicen, que se complementan. Es a través de esta polifonía que se va revelando la complejidad del trauma familiar y su impacto en las vidas de las protagonistas.

El título mismo, Malacría, es una palabra cargada de significado. Alude a una incomodidad, a un malestar que se manifiesta tanto en el cuerpo como en el alma. Es una condición, un estado emocional, un símbolo de la herida que persiste, que se niega a ser olvidada. Es, en definitiva, una metáfora de la experiencia de vivir con un pasado que nos habita, que nos define, que nos desafía a confrontarlo para poder, finalmente, liberarnos.

Fuente: El Heraldo de México