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8 de julio de 2025 a las 23:25

El Templo Mayor: ¿Dónde estaba realmente?

La imagen que a menudo se nos presenta de la Conquista, con una destrucción total y absoluta de Tenochtitlan para erigir sobre sus cenizas la nueva capital, es una simplificación. Si bien es cierto que la ciudad sufrió una transformación radical, la realidad es mucho más compleja y fascinante. Imaginen a los conquistadores, enfrentados a la monumentalidad del Templo Mayor, una estructura imponente que representaba el corazón mismo del imperio mexica. Derribarlo por completo habría sido una tarea titánica, un descomunal esfuerzo que, en medio del caos de la conquista y la reconstrucción, quizás no era la prioridad. Recordemos que los españoles, a pesar de su superioridad tecnológica, se encontraban en un territorio desconocido, lidiando con una población numerosa y un entorno complejo.

La pragmática decisión de adaptar la nueva ciudad al imponente volumen del Templo Mayor nos habla de la realidad de la época. No se trataba de una simple hoja en blanco sobre la cual dibujar una nueva urbe. La ciudad prehispánica, con sus calles, canales y, sobre todo, sus imponentes estructuras, condicionó el trazo de la ciudad colonial. Los vestigios del Templo Mayor, cual gigantes dormidos bajo la tierra, dictaron en parte el diseño de la plaza principal, un espacio que, a su vez, se convirtió en el núcleo de la nueva capital.

Pensemos en la logística de la demolición. ¿Cómo mover esas inmensas piedras, esos bloques esculpidos con la historia y la cosmovisión de un pueblo? La tarea habría requerido una cantidad ingente de mano de obra, recursos y tiempo. Recursos que, sin duda, estaban destinados a la consolidación del nuevo poder, a la construcción de los símbolos de la Corona Española. El Palacio Nacional, la Catedral, estos eran los nuevos centros de poder, los que debían alzarse con rapidez para afianzar el dominio español.

Además, es importante recordar la práctica mesoamericana de la superposición arquitectónica. El Templo Mayor, como muchos otros templos de la región, era el resultado de sucesivas reconstrucciones, capas de historia superpuestas que hablaban de la continuidad del poder y la tradición. Los españoles, al construir sobre las ruinas de Tenochtitlan, estaban, en cierto modo, replicando esta práctica, aunque con una nueva simbología, un nuevo orden que se imponía sobre el anterior.

La ubicación actual de la Catedral Metropolitana, desplazada hacia el oriente del antiguo recinto ceremonial, nos habla de un diálogo silencioso entre el pasado y el presente, entre la ciudad mexica y la ciudad española. Un diálogo que se manifiesta en la traza urbana, en la superposición de las capas históricas, en la persistencia de la memoria. La ciudad de México, como un palimpsesto, revela en cada rincón la huella de su complejo pasado, un pasado que se niega a ser olvidado y que nos invita a una constante reinterpretación de nuestra historia. La próxima vez que paseen por el Zócalo, imaginen las piedras del Templo Mayor, silentes testigos de la transformación de una ciudad, un recordatorio de que la historia nunca se escribe sobre una hoja en blanco, sino sobre las huellas, a veces visibles, a veces ocultas, del pasado.

Fuente: El Heraldo de México