
7 de julio de 2025 a las 23:15
Padre encuentra niño al buscar a su hija fallecida en Camp Mystic
La angustia se palpaba en el aire, pesada como la humedad que aún persistía tras el diluvio. Hunt, Texas, un lugar que evocaba la tranquilidad de la naturaleza, se había convertido en un escenario de desolación. El río Guadalupe, otrora fuente de vida y recreo, rugió con furia desatada, dejando a su paso un rastro de destrucción y familias destrozadas. Entre ellas, la de Ty Badon, un padre consumido por la desesperación que buscaba incansablemente a su hija, Joyce Catherine, de tan solo 21 años.
Tres días. Tres interminables días desde que la fuerza brutal de la corriente la arrancó de su cabaña en el Camp Mystic, ese remanso de paz a orillas del río que se transformó en una trampa mortal. La imagen de Joyce, llena de vida y alegría, se repetía en la mente de Ty, contrastando con la cruda realidad que lo rodeaba: casas arrasadas, árboles arrancados de raíz, un paisaje irreconocible.
Mientras caminaba con su hijo por las calles inundadas de Hunt, con la esperanza aferrada al corazón, sus ojos se posaron en lo que parecía un maniquí. Un escalofrío recorrió su cuerpo al acercarse y descubrir la terrible verdad: un niño pequeño, de no más de diez años, yacía sin vida. Una víctima más de la furia implacable de la naturaleza. El hallazgo, tan desgarrador como inesperado, intensificó la angustia de Ty. "Mi hijo y yo estábamos caminando, y lo que pensé que era un maniquí… era un niño pequeño, de unos ocho o diez años, y estaba muerto", relató con voz quebrada, una imagen que quedaría grabada a fuego en su memoria.
La búsqueda de Joyce se convirtió en una carrera contra el tiempo, contra la desesperanza que amenazaba con consumirlo. Sabía que ella, junto con tres amigos, se encontraba en una cabaña cuando el río se desbordó. La última comunicación que tuvo fue con el dueño de la propiedad, quien le alertó sobre la inminente tragedia. "Unos segundos después, el teléfono se apagó y eso es todo lo que sabemos", confesó Ty, con la voz cargada de impotencia. Ese silencio repentino, el corte abrupto de la comunicación, se convirtió en la banda sonora de su pesadilla.
Las horas se convirtieron en una eternidad. Cada minuto que pasaba, la esperanza se diluía como el agua turbia que aún cubría las calles de Hunt. La comunidad se unió a la búsqueda, unidos por el dolor y la solidaridad. Rostros marcados por la angustia recorrían las zonas afectadas, llamando el nombre de Joyce, con la plegaria en los labios de que apareciera sana y salva.
Finalmente, el destino le daría la respuesta que tanto temía. Tras el hallazgo del niño, el cuerpo de Joyce fue encontrado. La noticia golpeó a la comunidad como un mazazo. La joven de 21 años, llena de sueños y proyectos, se convirtió en una de las 89 víctimas que cobró la tragedia ese fatídico fin de semana de julio. El río Guadalupe, que tantas veces había sido testigo de risas y momentos felices, se transformó en un símbolo de dolor y pérdida. La historia de Joyce, como la de tantas otras víctimas, se convirtió en un recordatorio de la fuerza implacable de la naturaleza y la fragilidad de la vida. Una tragedia que marcó para siempre a la comunidad de Hunt, Texas.
Fuente: El Heraldo de México