
7 de julio de 2025 a las 09:30
Decide tu futuro ahora
En un mundo obsesionado con la velocidad, donde la productividad se mide en respuestas instantáneas y la multitarea se ha convertido en la norma, se nos olvida el poder transformador del silencio. Nos vemos inmersos en un torbellino de estímulos: notificaciones, correos electrónicos, reuniones, deadlines… un ruido constante que nos impide conectar con nuestra voz interior. Nos convertimos en autómatas, reaccionando a los impulsos externos en lugar de responder de forma consciente y meditada. Como si fuéramos barcos a la deriva, zarandeados por las olas del "urgente", sin rumbo fijo, alejándonos cada vez más de nuestro verdadero norte.
Mi propia experiencia, como la de muchos otros, es un testimonio de esta realidad. Recuerdo una época en mi carrera donde el éxito, o lo que yo percibía como tal, me consumía. Jornadas maratonianas, fines de semana sacrificados en el altar de la ambición, una vida personal reducida a su mínima expresión. Me sentía parte de algo grande, rodeada de mentes brillantes, contribuyendo a proyectos fascinantes. Pero a qué precio. El agotamiento físico y mental se convirtieron en mis compañeros inseparables. Las gripes constantes, el aumento de peso, el insomnio crónico, eran señales que mi cuerpo me enviaba, gritos desesperados que yo ignoraba sistemáticamente. Hasta que el sistema colapsó. Tomé una decisión impulsiva, de la que hoy me arrepiento, fruto de la presión y el agotamiento. Una decisión que, vista con la perspectiva que da el tiempo y la calma, jamás habría tomado.
Este episodio me enseñó una lección invaluable: la importancia de cultivar el silencio. No me refiero a un silencio físico, aunque también es necesario, sino a un silencio interior. A esa capacidad de acallar el ruido mental, de desconectar del flujo incesante de pensamientos y preocupaciones que nos bombardean a diario. De crear un espacio de quietud donde podamos escuchar nuestra propia voz, esa sabiduría interna que a menudo queda sepultada bajo capas de ruido externo y autoexigencia.
En ese silencio, en esa pausa intencionada, encontramos la claridad que necesitamos para tomar decisiones alineadas con nuestros valores y propósitos. No decisiones reactivas, impulsadas por la urgencia o la presión externa, sino decisiones conscientes, meditadas, que surgen de la conexión con nuestro ser más profundo. En la quietud, descubrimos qué es realmente importante para nosotros, qué nos motiva, qué nos hace vibrar. Y con esa claridad, podemos trazar nuestro propio camino, un camino que nos lleve hacia la plenitud y la realización personal.
El silencio no es sinónimo de inactividad o pasividad. Al contrario, es un espacio de profunda reflexión, de introspección, de conexión con nuestra creatividad y nuestra intuición. Es en el silencio donde surgen las ideas más brillantes, las soluciones más innovadoras, las respuestas más auténticas. Es un acto de rebeldía en un mundo que nos empuja constantemente a la acción, a la inmediatez, a la superficialidad.
Cultivar el silencio no es fácil. Requiere disciplina, constancia y, sobre todo, un compromiso profundo con nosotros mismos. Implica aprender a decir no a las distracciones, a priorizar nuestro bienestar, a establecer límites saludables. Pero los beneficios son inmensos. El silencio nos permite reconectar con nuestra esencia, con nuestra sabiduría interna, con nuestra paz interior. Nos devuelve el control de nuestras vidas, nos empodera para tomar decisiones conscientes y nos permite vivir con mayor plenitud y propósito.
En un mundo que nos empuja a correr sin parar, detenernos a escuchar el silencio es un acto revolucionario. Es un acto de amor propio, un regalo que nos hacemos a nosotros mismos y al mundo. Porque cuando estamos en paz con nosotros mismos, podemos contribuir de forma más auténtica y significativa a la construcción de un mundo mejor. Y hoy, más que nunca, necesito ese silencio. Estoy decidiendo. Estoy escuchándome.
Fuente: El Heraldo de México