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7 de julio de 2025 a las 09:50

Castigo sistemático: ¿Nueva era?

La narrativa occidental nos vende la tolerancia como un valor universal, una suerte de panacea para la convivencia global. Sin embargo, la realidad se empeña en desmentir este ideal. Observamos cómo la tolerancia se aplica selectivamente, convirtiéndose en una herramienta más al servicio de los intereses hegemónicos. ¿Toleramos realmente la diversidad de pensamiento y acción, o solo toleramos aquello que no cuestiona el status quo? Países como Cuba y Venezuela, que han optado por modelos políticos alternativos, sufren el constante asedio de sanciones y presiones internacionales. Mientras tanto, otros Estados, con historiales cuestionables en materia de derechos humanos, gozan de una sorprendente impunidad, amparados por su alineamiento estratégico con las potencias dominantes. Esta doble moral pone en evidencia la fragilidad del discurso de la tolerancia y su instrumentalización política.

El diálogo, otro de los pilares del supuesto orden internacional, sufre una suerte similar. Se nos presenta como la vía privilegiada para la resolución de conflictos, el camino hacia la paz y la cooperación. Pero, tras esta fachada de buena voluntad, se esconde una cruda realidad: el diálogo, en muchas ocasiones, es un monólogo del poder. Negocia quien tiene la fuerza para imponer sus condiciones, quien puede respaldar sus palabras con acciones contundentes. El caso de Ucrania es paradigmático: un país arrastrado a negociaciones infructuosas, con su soberanía hipotecada por los intereses de las grandes potencias. Corea del Norte, por su parte, ha comprendido la lógica imperante y busca, a través del desarrollo de su arsenal nuclear, ganar un lugar en la mesa de negociaciones, un lugar que le es negado por la vía pacífica.

La COP28, presentada como un foro para el diálogo global sobre el cambio climático, ilustra perfectamente esta dinámica. Mientras se habla de cooperación y soluciones conjuntas, son las grandes corporaciones petroleras las que, en última instancia, dictan los términos del debate. El Sur Global, con sus vulnerabilidades y necesidades específicas, "participa", sí, pero sin un poder real de decisión. El diálogo, en este contexto, se convierte en una mera formalidad, una pantalla tras la cual se perpetúan las estructuras de poder existentes.

El castigo, lejos de ser una excepción, se consolida como la verdadera arquitectura del orden mundial. No se trata de justicia, sino de la capacidad de infligir daño sin consecuencias. Guerras económicas a través del sistema SWIFT, guerras judiciales con tribunales internacionales que parecen tener una selectividad sospechosa, e intervenciones militares "humanitarias" que, en realidad, responden a intereses geopolíticos. La OTAN, con su reciente acuerdo para aumentar el gasto militar, confirma esta tendencia. Ya no se trata solo de proteger intereses, sino de mantener a toda costa una posición de dominio en un mundo cada vez más multipolar.

En este panorama, el ascenso de potencias como China e India, y la consolidación de foros como los BRICS, representan una luz de esperanza. La posibilidad de un orden global más justo y equilibrado, donde el diálogo no esté subordinado al poder de sanción, donde la tolerancia sea un valor real y no una herramienta de dominación. El camino hacia este nuevo orden será, sin duda, largo y complejo, pero la necesidad de un cambio es cada vez más evidente. El futuro del mundo depende de nuestra capacidad para construir un sistema internacional basado en la cooperación, el respeto mutuo y la justicia real.

Fuente: El Heraldo de México