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5 de julio de 2025 a las 09:15

La Izquierda: ¿Más allá del "woke"?

Sumergidos en la resaca de la posguerra, en medio de un mundo reconstruyéndose a pedazos, surgió una necesidad casi visceral: dar voz a quienes la historia, escrita por la mano victoriosa, había silenciado. Las víctimas, antes fantasmas condenados a una doble muerte –primero la física, luego el olvido–, comenzaron a emerger de las sombras. Se alzaron sus voces, frágiles pero cargadas de una verdad incómoda, una verdad que exigía ser escuchada. Y la escuchamos. Fue un acto de justicia, un intento de enmendar los errores del pasado, de tejer una narrativa más completa, más humana. Reconocer el sufrimiento ajeno, tender una mano a quienes habían sido despojados de todo, parecía el camino correcto, un bálsamo para las heridas abiertas de la humanidad.

Sin embargo, en este noble propósito, algo se torció. El péndulo, en su incesante vaivén, osciló demasiado hacia el otro extremo. La condición de víctima, antes sinónimo de vulnerabilidad y dolor, comenzó a transformarse, casi imperceptiblemente, en una fuente de autoridad moral. Un aura de sacralidad envolvió a quienes habían sufrido, otorgándoles una legitimidad incuestionable. Sus reclamos, justos en su origen, adquirieron un nuevo peso, una fuerza capaz de silenciar cualquier disidencia.

Y así, casi sin darnos cuenta, transitamos de un extremo al otro. De la glorificación del héroe a la veneración de la víctima. Pero el sufrimiento, por más profundo que sea, no puede erigirse como un pedestal. El dolor no es una medalla al valor, el trauma no es un acto heroico. La empatía y la justicia son las respuestas que debemos a las víctimas, no la admiración. Confundir una con la otra es un error peligroso, una distorsión que desvirtúa la esencia misma de la compasión.

Jean Améry, con la crudeza de quien ha experimentado el horror en carne propia, nos lo recuerda: la opresión no es un mérito. Su voz, surgida de las cenizas de Auschwitz, es un testimonio desgarrador que nos obliga a reflexionar sobre los límites de la victimización. La experiencia del sufrimiento debe ser un llamado a la solidaridad, a la construcción de un mundo más justo, no una herramienta para la obtención de poder. Debemos ser cautelosos, evitar que la noble intención de dar voz a los silenciados se pervierta en un nuevo tipo de opresión, una tiranía de la victimización donde el dolor se convierte en moneda de cambio y la justicia en un trofeo. El camino hacia la verdadera reparación no se construye sobre la veneración del sufrimiento, sino sobre la búsqueda incansable de la verdad y la reconciliación.

Fuente: El Heraldo de México