La inocencia arrebatada. Una sombra de horror se cierne sobre Chimalhuacán, Estado de México, tras el descubrimiento del cuerpo sin vida de una niña de tan solo dos años. El escenario, un humilde hogar en la calle Ciruelos, entre Vicente Guerrero y San Lázaro, se ha transformado en un mudo testigo de una tragedia que ha conmocionado a la comunidad. El hallazgo, estremecedor, ha dejado al descubierto la crueldad a la que pueden ser sometidos los más vulnerables. La pequeña, cuyo nombre aún resguarda el silencio de las autoridades, yacía oculta bajo un sillón, cubierta de tierra, como si se intentara enterrar no solo su cuerpo, sino también la monstruosidad del acto. Las marcas de violencia, visibles en su frágil cuerpo, hablaban de un sufrimiento inimaginable, un tormento que ninguna criatura debería experimentar.

En medio de la desolación, una luz de esperanza, aunque teñida de tristeza, emerge de la valentía de otra pequeña. Una niña de cuatro años, también víctima de los abusos, se convirtió en la voz de su compañera de infortunio. Con la inocencia que solo la infancia posee, reveló a sus abuelos el horror que ambas padecían entre las paredes de su hogar. Su testimonio, un grito silencioso en medio del terror, fue la clave que alertó a las autoridades y desencadenó el descubrimiento del feminicidio.

Las investigaciones, a cargo de la Fiscalía General de Justicia del Estado de México (FGJEM), apuntan al padre de la niña como el principal sospechoso. Un padre que, en lugar de proteger, habría infligido el dolor más profundo. Según testimonios de familiares, el hombre se dio a la fuga junto a su actual pareja, desapareciendo en la oscuridad de la impunidad. Ahora, son fugitivos de la justicia, perseguidos por el peso de un crimen atroz. La Fiscalía ha desplegado un operativo de búsqueda para dar con su paradero, mientras la comunidad clama por justicia.

Este caso, que nos golpea en lo más profundo de nuestra humanidad, nos obliga a reflexionar sobre la vulnerabilidad de nuestros niños y la importancia de crear redes de protección que los resguarden. La pequeña de cuatro años, con su valentía, nos recuerda que incluso en las situaciones más oscuras, la voz de la verdad puede encontrar su camino. Ahora, la justicia debe actuar con celeridad y contundencia, para que la memoria de la pequeña víctima no quede impune y para que su corta vida, truncada por la violencia, se convierta en un llamado a la acción, a la protección de la infancia y a la erradicación de la violencia contra las mujeres. La sociedad entera debe unirse en este clamor, porque la vida de nuestros niños es un tesoro invaluable que debemos proteger a toda costa. No podemos permitir que la sombra de la violencia siga oscureciendo el futuro de las nuevas generaciones. Chimalhuacán llora hoy la pérdida de una de sus hijas, y es nuestro deber como sociedad asegurarnos de que se haga justicia y que ninguna otra niña tenga que sufrir un destino similar.