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4 de julio de 2025 a las 15:15

El Tri: La lesión que truncó una estrella

La noche del 17 de noviembre de 2015 quedó grabada a fuego en la memoria de los aficionados al fútbol, especialmente en la de los hondureños. No fue la victoria mexicana lo que resonó en los días posteriores, sino el escalofriante sonido de una rodilla destrozada, el grito ahogado de Luis Fernando Garrido y la imagen que paralizó a todos frente a las pantallas. Un partido de eliminatorias mundialistas, un choque aparentemente fortuito, una lesión que parecía sentenciar una carrera. La historia de Garrido, sin embargo, no terminaría esa noche.

El Olímpico Metropolitano fue testigo de la tragedia. Javier Aquino, empujado por un compañero hondureño, cayó con todo su peso sobre la pierna derecha de Garrido. El resultado: una rotura de los seis ligamentos de la rodilla. Seis. Tres laterales, dos cruzados (anterior y posterior) y el medial. Un parte médico que sonaba a sentencia definitiva. Los expertos, con rostros sombríos, hablaban de un daño irreparable, de una recuperación prácticamente imposible. La posibilidad de volver a las canchas profesionales parecía una quimera. La sombra de la retirada se cernía sobre el mediocampista hondureño.

Pero Garrido, con el corazón del guerrero que siempre demostró en la cancha, se negó a aceptar ese destino. Decidió operarse en Honduras, aferrándose a una esperanza tenue, casi invisible. Comenzó una rehabilitación implacable, una lucha contra el dolor, contra el pronóstico, contra la lógica misma. Meses de trabajo silencioso, de pequeños avances que se celebraban como victorias. Una batalla librada en la soledad de la recuperación, con la imagen de la cancha verde como motor y la pasión por el fútbol como combustible.

Ocho meses. Un tiempo que para muchos hubiera sido insuficiente para recuperarse de una simple distensión, fue el plazo que Garrido se impuso para volver a pisar el césped. Y lo logró. Contra todo pronóstico, regresó con el Motagua en una goleada 5-0 contra San Lorenzo. No fue un regreso simbólico, un homenaje a una carrera truncada. Fue un renacimiento. Garrido volvía para quedarse, para demostrar que la voluntad puede más que cualquier lesión, que la pasión puede derribar cualquier barrera.

Su historia se convirtió en un ejemplo de resiliencia, de superación. Un testimonio inspirador para jóvenes futbolistas y para cualquier persona que enfrente la adversidad. Garrido no solo volvió a jugar, sino que recuperó su nivel, llegando incluso a competir en la exigente liga española. Su periplo posterior, vistiendo los colores del Alajuelense, Córdoba, Marathón, Real España, Honduras Progreso, CD Victoria, Pérez Zeledón y finalmente el Juticalpa, no es solo una lista de equipos, sino la prueba viviente de su inquebrantable espíritu. Cada partido, cada minuto en la cancha, es una celebración de la vida, una victoria contra el destino. La historia de Luis Fernando Garrido no es solo la de un futbolista que superó una lesión devastadora, es la historia de un hombre que se negó a rendirse, que transformó la tragedia en triunfo, que nos recuerda que los límites están solo en nuestra mente. Y eso, sin duda, es más memorable que cualquier resultado deportivo.

Fuente: El Heraldo de México