
4 de julio de 2025 a las 09:35
El Ritmo Global: Música e Industrias en Transformación
El panorama actual de los festivales musicales contrasta radicalmente con su vibrante pasado. Antes, estos eventos eran un hervidero de ideas, un espacio donde la música se entrelazaba con la protesta social, la reivindicación política y la expresión cultural. Movimientos como el estudiantil del 68 encontraron en la música un poderoso aliado, una forma de inyectar vida a sus demandas y de desafiar el statu quo. Asistir a un concierto no se trataba solo de disfrutar de la música, sino de participar en una experiencia colectiva que buscaba transformar la realidad.
Sin embargo, este escenario ha mutado drásticamente. La industria del entretenimiento, con su afán de lucro, ha transformado los festivales en una forma de evasión, un escape de una realidad cada vez más compleja. Como predijeron Horkheimer y Adorno en su Teoría Crítica, la diversión se ha convertido en un mecanismo de sometimiento al mercado, alienando al individuo del verdadero sentido del arte. La música, en muchos casos, ha perdido su carga simbólica y se ha reducido a un producto de consumo fácil y repetitivo.
La búsqueda de la dopamina, esa sensación efímera de placer, se ha convertido en el motor que impulsa a las masas a comprar entradas para espectáculos cada vez más masivos y homogéneos. La música en vivo, antes un espacio de experimentación y reflexión, se ha convertido en un producto ultraprocesado, diseñado para el consumo masivo. Se ha perdido la conexión con lo social y lo político, y el único objetivo parece ser la comercialización.
Este fenómeno no se limita a la música, sino que permea todas las formas de entretenimiento. El ocio, antes un espacio de intercambio y aprendizaje, se ha convertido en un producto más de marketing, despojado de sus rasgos contraculturales. La estandarización de los contenidos, ajustados a los gustos fabricados por el propio mercado, ha creado una cultura de sensaciones fragmentadas y simulacros desechables.
La brecha social se hace aún más evidente en este contexto. La existencia de zonas VIP, con sus comodidades exclusivas, refuerza la idea de una sociedad segmentada, donde el acceso al verdadero ocio está reservado para una élite. Mientras tanto, las mayorías se conforman con experiencias efímeras, pagadas a plazos, sacrificando horas de trabajo por una dosis fugaz de satisfacción.
Este narcisismo extremo, impulsado por el individualismo rampante del capitalismo salvaje, nos sume en una indiferencia analítica y reflexiva, como describe Lipovetsky en "La era del vacío". Hemos perdido la capacidad de cuestionar la apropiación del espacio público por parte de los intereses privados y nos conformamos con simulacros de experiencias.
Urge una transformación profunda. Es necesario encontrar un equilibrio entre la comercialización del entretenimiento y la creación de experiencias significativas, con un alto contenido social. Debemos recuperar el valor simbólico del arte y la música, y devolverles su capacidad de transformar la realidad. No podemos permitir que el ocio se reduzca a un mero producto de consumo, sino que debe ser un espacio de encuentro, reflexión y construcción colectiva. El futuro de nuestra cultura depende de ello.
Fuente: El Heraldo de México