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4 de julio de 2025 a las 09:30

El Placer Perdido

La noticia del cierre del Restaurante Hipódromo, en la colonia Condesa, me llena de una profunda nostalgia. No se trata solo de la clausura de un establecimiento comercial, sino de la desaparición de un verdadero bastión de la tradición culinaria, un espacio que trascendía la mera oferta gastronómica para convertirse en un punto de encuentro, de tertulia, un testigo silencioso de la historia reciente de nuestra ciudad.

Aquellos que tuvimos la fortuna de franquear sus puertas recordamos con cariño la peculiar mezcla de la cocina alemana, herencia de sus fundadores, la familia Nadolph, con los sabores inconfundibles de la gastronomía mexicana. Un menú donde el sauerkraut y las salchichas convivían en perfecta armonía con el mole poblano y los chiles rellenos, una dualidad que reflejaba la propia identidad del lugar.

El Hipódromo era mucho más que un restaurante; era un espacio de convivencia, un crisol donde se mezclaban políticos, intelectuales, artistas, un microcosmos de la sociedad mexicana. Recuerdo las animadas charlas en las mesas del fondo, reservadas para los antiguos panistas, y la efervescencia intelectual de los jóvenes de la revista Punto Crítico, muchos de ellos figuras clave en los inicios del PRD. En esas mesas se tejían historias, se compartían ideas, se debatía el futuro del país.

En lo personal, el Hipódromo fue un refugio durante mis años en el IFE, un oasis culinario en medio del ajetreo de la ciudad. Allí, Don Roberto Nadolph, con su peculiar sistema de crédito "a la palabra", nos hacía sentir como en casa. Y cómo olvidar la figura de Robertito, su hijo, quien continuó con la tradición familiar tras la partida de su padre.

La cocina del Hipódromo tenía un sabor único, un sello distintivo que se debía, en gran parte, a la colaboración de amas de casa y reposteras de las colonias aledañas. Eran ellas las verdaderas artífices de esos platillos que aún hoy recuerdo con añoranza: la cola de res, el chamorro a la alemana, el pollo cornish… Recetas transmitidas de generación en generación, un patrimonio culinario que se ha perdido para siempre.

El cierre del Hipódromo es un síntoma de los tiempos que corren, una época en la que la ansiedad del consumo devora la calidad, donde la cantidad se impone sobre el sabor, donde las cadenas de comida rápida, con sus luces deslumbrantes y su oferta homogeneizada, van desplazando a los pequeños establecimientos, a esos rincones con alma que atesoraban la verdadera esencia de la cocina mexicana.

Comparto esta tristeza con mis amigos, con aquellos que, como yo, disfrutamos de las delicias del Hipódromo: Alfonso Zepeda Salas, Fernando Tovar y de Teresa, César Augusto Santiago, Heriberto Galindo, Martín López Obrador, Ernesto Castellanos, Magdalena Núñez Monreal… y tantos otros que, estoy seguro, lamentarán la desaparición de este lugar emblemático.

El Hipódromo ya no existe, pero su recuerdo permanecerá vivo en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de conocerlo. Un recuerdo agridulce, una mezcla de nostalgia y gratitud por los momentos compartidos, por los sabores que ya no volveremos a probar. Una página más en la historia de la Ciudad de México que se cierra para siempre.

Fuente: El Heraldo de México