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4 de julio de 2025 a las 09:30

Domina La Palabra

Imagine a Julio César, imponente y estratega, susurrando "castrum" mientras planeaba la conquista de nuevas tierras. Esa palabra, tan simple, contenía la esencia de la fortaleza romana, la promesa de seguridad y poder. Siglos después, al otro lado del Mediterráneo, resonaba "al-qasr" en los patios de la Alhambra, un eco que transformaba la palabra latina en la denominación de un palacio, un centro de poder y arte, testigo del esplendor de la civilización árabe en la Península Ibérica. Piensen en la majestuosidad de sus arcos, la delicadeza de sus mosaicos, la imponente presencia de sus torres… todo encapsulado en esa palabra, "al-qasr", que hoy nos transporta a un mundo de ensueño.

Es fascinante cómo ese término viajó a través del tiempo y el espacio. Los conquistadores españoles, herederos de la tradición romana, la trajeron consigo al Nuevo Mundo. Aquí, en América, "alcázar" volvió a mutar, adaptándose a las nuevas realidades. Ya no solo era una fortaleza militar, ni un palacio de ensueño oriental, sino la residencia de la nobleza criolla, un símbolo de estatus y poder en una tierra nueva. Y aún más sorprendente, cómo después de la Independencia, el pueblo mexicano la adoptó como suya, un término cotidiano para referirse al hogar, al refugio personal. "Voy a mi alcázar", decían con orgullo, infundiendo a la palabra una calidez y una familiaridad que jamás habría imaginado un centurión romano.

Este viaje de "castrum" a "alcázar" nos revela la naturaleza misma del lenguaje: un organismo vivo, en constante evolución. Las palabras, como las semillas, viajan con el viento, arraigan en diferentes tierras, se transforman, florecen con nuevos significados. Piense en la palabra "dictador". En la antigua Roma, designaba una magistratura excepcional, una figura necesaria en tiempos de crisis. Hoy, la misma palabra evoca imágenes de tiranía, de crueldad, de la negación de la libertad. Lo mismo ocurre con "democracia". Platón y Aristóteles, dos de las mentes más brillantes de la Antigüedad, la veían con recelo, mientras que siglos después se convirtió en el ideal político de Occidente.

Esta metamorfosis de las palabras nos demuestra que no solo significan, sino que también evocan. Cada palabra tiene una carga emocional, una historia a cuestas. No existen sinónimos perfectos, solo ideas afines. La elección de la palabra precisa es un arte, requiere conocer el contexto, la audiencia, el momento oportuno para despertar las emociones deseadas. En esa precisión reside la elocuencia, la capacidad de cautivar con el lenguaje.

El orador elocuente, como un músico virtuoso, elige cada palabra con cuidado, construyendo un discurso armonioso y persuasivo. No se trata de hablar mucho, como el locuaz, sino de decir lo justo, lo necesario, con la fuerza y la belleza de la palabra precisa.

Los grandes maestros de la retórica, los poetas, los escritores, los líderes, son aquellos que logran moldear la realidad con sus narrativas. Sus palabras trascienden el tiempo, inspiran a generaciones, forjan identidades. Piense en Cervantes, en Shakespeare, en Rulfo… sus obras son eternas porque hablan a la condición humana, a las pasiones y los anhelos que nos unen a todos.

La palabra es poder. Quien domina el arte de la palabra, quien sabe contar la historia más atractiva, puede influir en las decisiones de los demás, movilizar voluntades, construir consensos. El poder no reside en la palabra en sí misma, sino en la capacidad de transformarla en acción. Un presidente, un cineasta, un influencer… todos ejercen su poder a través de la palabra, persuadiendo, convenciendo, inspirando.

La palabra, bien utilizada, puede ser un instrumento de paz y entendimiento. El diálogo, la capacidad de escuchar al otro, de comprender sus argumentos, es la base de la convivencia pacífica. Sin diálogo, la palabra se convierte en un arma peligrosa, capaz de incitar al odio, a la violencia, a la destrucción.

El lenguaje es un reflejo de nuestra propia naturaleza, con sus luces y sus sombras. Puede ser una herramienta para construir un mundo mejor, o un instrumento de manipulación y destrucción. La elección está en nuestras manos. ¿Cómo usaremos nosotros este poder?

Fuente: El Heraldo de México