
3 de julio de 2025 a las 21:45
Colores del Amanecer Capitalino: ¿Los conoces?
La magia del amanecer nos regaló un espectáculo de color en la Ciudad de México. Imaginen, un jueves cualquiera, el 3 de julio, y el cielo se tiñe de una paleta de colores suaves y luminosos a las 6:00 am, justo antes de que el sol asome majestuoso a las 6:03. Este fenómeno, ese lienzo celestial que precede al día y a la noche, tiene un nombre, una palabra casi olvidada, un tesoro lingüístico: "rosicler".
De origen francés, "rosicler" evoca la delicadeza de una rosa y la claridad del cielo. Más allá de su definición literal como "color rosado, claro y suave de la aurora" o "plata roja", se esconde un mundo de matices y usos que enriquecen su significado.
El primer significado, el más evocador, nos transporta a ese instante preciso en que el cielo se tiñe de rosa antes del amanecer. Un rosa suave, casi translúcido, que se funde con los tonos dorados y anaranjados del alba. En la literatura y la poesía, "rosicler" pinta paisajes oníricos, describe momentos de serenidad y renacimiento. Imaginen la escena: "El rosicler del amanecer acariciaba las cumbres nevadas con delicados trazos de luz". ¿No es una imagen que inspira paz y esperanza?
La segunda acepción, "plata roja", menos frecuente, nos lleva al mundo de la metalurgia. Se cree que describe una variedad de plata con un ligero tono rojizo, quizás por impurezas o por la técnica de trabajo. Este uso, más antiguo y especializado, nos recuerda la riqueza y la precisión del lenguaje.
"Rosicler" ha viajado a través de los siglos, conservando su aura poética y su vínculo con la belleza natural. Aunque su uso no sea tan común, perdura en la literatura, en la poesía, en esos rincones donde las palabras se escogen con mimo para expresar lo inexpresable.
Pero la magia del cielo no termina con el amanecer. Al caer la tarde, cuando el sol se despide en el horizonte occidental, otro espectáculo de color nos cautiva. Rojos intensos, morados vibrantes y anaranjados encendidos, lejos de la suavidad del rosicler, pintan un cuadro dramático y apasionado. Este fenómeno, esta explosión de color, se conoce como "lubricán".
Ricardo Soca describe "lubricán" como un sinónimo arcaico de crepúsculo, una palabra que evoca el pasado y añade un toque de misterio a los textos. Antonio Gala, en su obra "Los invitados al jardín", utiliza "lubricán" para describir la luz huidiza del atardecer: "Un lubricán verdoso arrastró la claridad como un pastor siniestro arrastra su morral". La imagen, potente y evocadora, nos transporta a un mundo de sombras y misterios.
El origen de "lubricán" es tan fascinante como su significado. Aparece ya en el Diccionario eclesiástico de Fernández de Santaella en 1499, definido como "la hora cerca de la noche… que el vulgo llama entre lubricán de lubrico, porque es hora dispuesta a resbalar y caer…". Aunque esta etimología, que relaciona "lubricán" con "lubrico" (resbaladizo) por la poca luz, es errónea, nos revela la percepción popular de este momento del día.
La verdadera etimología de "lubricán" nos lleva al mundo pastoril. Proviene del latín "lupus" (lobo) y "canis" (perro), y se refiere a la dificultad de distinguir un lobo de un perro en la escasa luz del crepúsculo.
Así, "rosicler" y "lubricán", dos palabras casi olvidadas, nos invitan a redescubrir la belleza del lenguaje y la magia de la naturaleza. Nos recuerdan que cada amanecer y cada atardecer son un espectáculo único, un lienzo pintado con los colores del cielo, un poema escrito con la luz del sol.
Fuente: El Heraldo de México