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2 de julio de 2025 a las 09:40

Sueño veneciano: ¡Cásate en Italia!

La opulencia desmedida, esa que desafía los límites de la imaginación y se pavonea con la arrogancia de quien cree poseer el mundo, nos confronta con una realidad lacerante: la abismal desigualdad que divide nuestro tiempo. El espectáculo grotesco de una Venecia convertida en pasarela privada para la élite, un escenario histórico reducido a mero telón de fondo para la vanidad de unos pocos, nos obliga a reflexionar sobre el verdadero valor de las cosas. ¿Acaso el brillo del dinero puede eclipsar el fulgor de la historia, la riqueza cultural de una ciudad que ha sido cuna de arte y pensamiento durante siglos? La justificación, como siempre, se escuda en las frías cifras, en el porcentaje de ingresos que este evento aportará a las arcas de la ciudad. Pero, ¿a qué costo? ¿Acaso el alma de Venecia tiene precio?

Esta obscena exhibición de riqueza nos recuerda la crudeza de la vida cotidiana de millones, aquellos que luchan a diario por la supervivencia, como el vendedor de gelatinas empapado por la lluvia, con la mirada perdida en la desolación de una jornada infructuosa. Su historia, invisible para los ojos del mundo, se contrapone a la ostentación desmedida de quienes transforman ciudades en parques de diversiones privados. La fortuna, caprichosa e injusta, sonríe a unos mientras ignora a otros, condenándolos a una existencia precaria, sin esperanza de un futuro mejor. ¿Dónde queda la justicia en este panorama de contrastes tan extremos?

Frédéric Gros, con la lucidez que caracteriza su pensamiento, nos ofrece una clave para comprender esta realidad: la indecencia. Ya no se trata simplemente de injusticia, sino de una afrenta a la dignidad humana, de una falta de respeto absoluta hacia quienes viven al margen de la opulencia. Las clases altas, ensimismadas en sus burbujas de privilegio, ajenas a la realidad de la precariedad, se sobresaltan únicamente ante la fluctuación de sus inmensos beneficios, mientras millones se enfrentan a la angustia del fin de mes, a la incertidumbre de un futuro hipotecado por las deudas.

Y mientras el mundo se deslumbra con la fastuosidad de una boda en Venecia, la realidad paralela, la de la vida cotidiana, continúa su curso inexorable. En otra ciudad, quizás no tan lejana, las presas de desagüe se desbordan, amenazando con llevarse consigo la precaria estabilidad de familias enteras. La basura, símbolo de la desidia y el olvido, se acumula en las calles, recordándonos la fragilidad de la existencia. La angustia se apodera de quienes ven sus hogares en peligro, de quienes se preguntan si tendrán un lugar donde refugiarse, si podrán sobrevivir a la indiferencia de un sistema que prioriza la opulencia de unos pocos sobre el bienestar de la mayoría.

La reflexión nos lleva a cuestionar el modelo de sociedad en el que vivimos, un sistema que permite y fomenta la acumulación desmedida de riqueza en manos de unos pocos, mientras millones luchan por sobrevivir. ¿Es este el futuro que queremos? ¿Un mundo dividido entre la ostentación obscena y la precariedad extrema? La respuesta, sin duda, está en nuestras manos. Es hora de alzar la voz, de exigir un cambio, de construir un mundo más justo e igualitario, donde la dignidad humana prevalezca sobre la codicia y la indiferencia.

Fuente: El Heraldo de México