
2 de julio de 2025 a las 19:50
El demonio en casa.
La pesadilla apenas comenzaba para Bella Velasco. Tras una década de aparente felicidad conyugal junto a Ramiro Sus Mora, un descubrimiento estremecedor la arrojó a una realidad desgarradora. Una grabación, la voz infantil describiendo tocamientos inapropiados por parte de su esposo, fue la detonación que hizo añicos su mundo. El hombre que creía conocer, el padre de sus hijas, se transformó en un monstruo ante sus ojos. La confrontación fue inevitable. Mora, acorralado por la evidencia, admitió haber obrado mal, pero sin ofrecer detalles, sin una explicación que pudiera siquiera acercarse a justificar el horror. "No sabía lo que había hecho… soy un demonio", fueron las palabras que, según Velasco, pronunció su esposo, un eco siniestro que resonaría en su mente una y otra vez.
Pero la tragedia no se limitaba a su propio hogar. El testimonio de Kely Flores, madre de otra de las víctimas, confirmó las peores sospechas. Su hija, presa del trauma, se debatía entre gritos, tirones de cabello y una angustia palpable cada vez que el recuerdo de los abusos la asaltaba. Poco a poco, la niña comenzó a revelar los detalles de su calvario, aportando piezas cruciales a un rompecabezas de horror que apenas empezaba a armarse.
El allanamiento a la vivienda de Mora destapó una caja de Pandora. Pastillas molidas, presuntamente utilizadas para sedar a las menores, y una muñeca con forma de bebé, un hallazgo que heló la sangre de los investigadores. A esto se sumaba una sábana manchada con sangre y excremento, evidencias contundentes de un patrón de abuso sistemático y premeditado. Las autoridades de Georgia no dudaron: emitieron una orden de arresto contra Mora, quien para entonces ya se había esfumado.
Cinco niñas, entre un año y medio y dieciséis años, se convirtieron en los rostros de esta tragedia. Entre ellas, las propias hijas de Mora y una sobrina. La confianza rota, la inocencia vulnerada, un daño irreparable que marcaría sus vidas para siempre. Mientras las familias se volcaban en brindarles apoyo y contención, la sed de justicia crecía.
La huida de Mora a Colombia desató una intensa persecución internacional. La policía de Hoschton, donde ocurrieron los hechos, desplegó un operativo de búsqueda sin precedentes. La alerta se activó, la información circuló, pero el rastro del presunto abusador se perdía en la distancia. La incertidumbre se sumaba al dolor, la espera se hacía eterna. ¿Lograría la justicia alcanzarlo? ¿Pagaría por el daño infligido a estas pequeñas? Las preguntas flotaban en el aire, mientras la sombra de la impunidad amenazaba con oscurecerlo todo. La lucha por la justicia apenas comenzaba, y las familias de las víctimas, unidas por el dolor y la indignación, juraban no descansar hasta verlo tras las rejas.
Fuente: El Heraldo de México