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30 de junio de 2025 a las 12:35
Sueños migrantes: familias trabajadoras
El silencio se ha convertido en el siniestro soundtrack de Los Ángeles. Un silencio que ahoga el bullicio habitual, el ritmo vibrante de una ciudad acostumbrada a la salsa de la diversidad. Donde antes resonaban las risas y el clamor de los comerciantes, ahora se extiende una sombra de temor, una tensa calma que precede a la tormenta. La amenaza de redadas migratorias, exacerbada por las recientes políticas, ha paralizado el corazón de la comunidad migrante, transformando el sueño americano en una angustiosa pesadilla.
Alejandro Méndez, originario de Oaxaca y residente angelino desde hace tres décadas, no reconoce la ciudad que lo acogió. Tras participar en la marcha "No Kings", caminó por calles desiertas, negocios cerrados, blindados con tablones de madera y metal, como si se prepararan para un asedio. "Un panorama desolador", lo describe, con la voz teñida de tristeza e incertidumbre. La economía, ya de por sí inestable, se tambalea aún más ante el espectro de políticas migratorias que amenazan con impactar incluso las remesas, el vital lazo económico que une a miles de familias a ambos lados de la frontera.
Pero incluso en medio de la desesperanza, la resiliencia florece. Dora, una madre indocumentada, desafía el miedo con el hambre, el motor que la impulsa a instalar su puesto de comida cada día frente a la Placita Olvera. Sabe que el riesgo es inmenso, la deportación una amenaza constante, pero la necesidad de alimentar a sus hijos es aún mayor. "Uno viene a trabajar, no a hacer daño", afirma con la dignidad de quien lucha por la supervivencia. Su historia, multiplicada por miles, es el reflejo de una comunidad que se aferra a la esperanza, a pesar de la precariedad y el temor.
La Placita Olvera, otrora vibrante centro cultural, ahora es testigo silencioso del drama que se desarrolla a sus pies. El miedo se palpa en el aire, espeso como el humo de los puestos de comida que ahora luchan por mantenerse a flote. Little Tokyo, otro barrio emblemático, presenta un escenario similar: restaurantes vacíos, calles desiertas, la ausencia de los trabajadores que solían darle vida a sus cinco manzanas. Josefina, dueña de un restaurante mexicano, describe la situación como una "cacería humana", más terrible, asegura, que la pandemia que azotó al mundo hace apenas unos años.
Ricardo, un vendedor ambulante con 40 años de experiencia, ve con dolor cómo su clientela se ha reducido drásticamente. De 70 u 80 clientes diarios, ahora apenas llega a dos. La renta, implacable, lo acecha. Cerrar su negocio significa perderlo todo, pero también rendirse. Y en medio de la angustia, se aferra a la fuerza que le queda: "No podemos dejarnos".
Ante este panorama desolador, organizaciones de derechos humanos, sindicatos y grupos comunitarios se han convertido en faros de esperanza, brindando apoyo, orientación y recursos a los más de 11 millones de indocumentados que viven en la cuerda floja en Estados Unidos. La lucha por la dignidad, por el derecho a una vida digna, se libra en las calles, en los tribunales, en los corazones de quienes se niegan a ser silenciados. El futuro es incierto, pero la resistencia, como la semilla que germina en el desierto, se abre paso con la fuerza de la necesidad y la esperanza de un futuro mejor.
Fuente: El Heraldo de México