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30 de junio de 2025 a las 09:30
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El mes del orgullo culmina, y con él, la efervescencia de las celebraciones. Si bien la marcha del sábado pasado inundó la Ciudad de México con un torrente de color, música y la emoción palpable de una capital progresista, pionera en la defensa de los derechos de la comunidad LGBT+, la realidad global nos recuerda la larga travesía que aún queda por recorrer. La verdadera celebración, el orgullo pleno, solo será posible cuando la erradicación de la violencia basada en género, identidad y orientación sexual sea una prioridad en todos los ámbitos de nuestra sociedad.
Es crucial entender que la violencia de género no es exclusiva de las mujeres cisgénero. Como bien lo ha señalado la ONU, cualquier individuo que desafíe las normas de género impuestas, que se atreva a vivir fuera de los rígidos cánones de feminidad y masculinidad, se convierte en un blanco potencial de violencia, ya sea estructural, simbólica o física. Una violencia que, lamentablemente, cobra vidas.
El sombrío informe de Letra S, publicado este 2024, documenta 82 muertes violentas de personas LGBT+ tan solo en 2023. La abrumadora mayoría de estas víctimas, un 59%, eran mujeres trans. Una cifra que golpea con la crudeza de una realidad ineludible: la intersección entre ser mujer y pertenecer a la diversidad sexual se convierte en un espacio de extrema vulnerabilidad. Veracruz, Chihuahua y el Estado de México se mantienen como los escenarios más peligrosos para quienes se atreven a vivir su identidad disidente.
Detrás de estas cifras, no hay simples números. Hay historias, hay vidas truncadas. Son mujeres trans que luchan por el reconocimiento más básico: el derecho a ser reconocidas como mujeres. Una lucha que se libra incluso dentro de algunas corrientes feministas que, paradójicamente, niegan este derecho fundamental. A la par, la necesidad de integrar la perspectiva de género en las investigaciones de transfeminicidios se vuelve urgente, para comprender y abordar este delito en toda su complejidad.
Mientras celebramos la creciente visibilidad de la comunidad LGBT+, mientras aplaudimos la valentía de quienes abren sus clósets para vivir y amar con autenticidad, no podemos olvidar a las lesbianas que aún sufren violencias correctivas, a las mujeres bisexuales y no binarias cuyos derechos sexuales y reproductivos son sistemáticamente ignorados en las políticas públicas. Ellas, todas ellas, forman parte de un arcoíris que se tiñe de gris, de negro, cuando la mirada social e institucional decide ignorar su realidad para no perturbar sus propios intereses.
Nombrar estas realidades, visibilizar estas violencias, es urgente. Un feminismo que no sea interseccional, que no abrace la diversidad de experiencias y opresiones, es un feminismo incompleto. Sin el reconocimiento de las múltiples vulnerabilidades que enfrentan las mujeres LGBT+, muchas de ellas quedan excluidas, invisibilizadas. Hoy, más que nunca, el orgullo también es resistencia. Es la lucha por un futuro donde la diversidad sea celebrada y la violencia erradicada. Un futuro donde todas las personas, sin importar su género, identidad u orientación sexual, puedan vivir con dignidad, seguridad y libertad. Es un llamado a la acción, a la empatía, a la construcción de una sociedad verdaderamente inclusiva.
Fuente: El Heraldo de México