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30 de junio de 2025 a las 17:50
Inundación paraliza Metrobús en Iztacalco
La furia de Tláloc se desató ayer sobre la Ciudad de México, dejando a su paso un escenario de caos e inundaciones que nos recuerda la fragilidad de la urbe ante los embates de la naturaleza. Iztacalco, una vez más, se convirtió en el epicentro de la tormenta, con calles convertidas en ríos improvisados y el Metrobús luchando por mantenerse a flote. Las imágenes, compartidas en redes sociales, hablan por sí solas: la estación Tlacotal, sumergida bajo una lámina de agua que parecía no tener fin, los coches navegando a tientas, y los peatones buscando refugio como náufragos en medio de la tempestad.
El Eje 4 Plutarco Elías Calles, habitualmente una arteria vital de la ciudad, se transformó en un torrente que desafiaba a la circulación. La estación Tlacotal, testigo silencioso del diluvio, se convirtió en un símbolo de la vulnerabilidad de la infraestructura urbana ante la fuerza implacable de la lluvia. No es un hecho aislado, lamentablemente. Las inundaciones se han vuelto un recurrente dolor de cabeza para los capitalinos, una muestra de la deficiente gestión del agua y la falta de previsión ante estos eventos. La acumulación de basura en las coladeras, un problema crónico que se agrava con cada precipitación, actúa como un tapón que impide el desagüe, exacerbando la situación y convirtiendo las calles en piscinas improvisadas.
La intensidad de la lluvia, calificada como "muy fuerte" por la CONAGUA, no es excusa. Si bien la naturaleza tiene su propio ritmo, la responsabilidad de mitigar los efectos de estos fenómenos recae en la planificación urbana y en la concientización ciudadana. No basta con lamentarse después de la tormenta, es necesario actuar antes, implementando medidas preventivas que eviten que las calles se conviertan en ríos.
Pero la historia no termina en Iztacalco. En la alcaldía Álvaro Obregón, la situación fue aún más crítica. La presa San Francisco, incapaz de contener la furia del agua, se desbordó, desatando una alerta púrpura que puso en vilo a los vecinos. Las imágenes son impactantes: corrientes de agua embravecidas que arrasaban con todo a su paso, poniendo en riesgo la vida de los habitantes y dejando a su paso un rastro de destrucción.
La pregunta que queda flotando en el aire es: ¿hasta cuándo seguiremos siendo testigos de estas escenas? ¿Cuándo aprenderemos a convivir con la naturaleza sin sufrir las consecuencias de su poder? La respuesta, sin duda, está en nuestras manos. Es hora de tomar conciencia, de exigir soluciones y de trabajar juntos para construir una ciudad más resiliente, capaz de resistir los embates de la naturaleza sin sucumbir ante ellos. La lluvia, un recurso vital, no puede seguir siendo sinónimo de caos y destrucción.
Fuente: El Heraldo de México