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30 de junio de 2025 a las 09:40

Despierta, humanidad. ¡Es hora!

La sombra de la culpa colectiva se extiende sobre nosotros, pesada y opresiva, mientras el eco de las explosiones en Gaza retumba en la conciencia mundial. Nos hemos acostumbrado al horror, lo hemos relegado a un segundo plano, un ruido blanco que acompaña nuestras vidas, mientras una población entera es sistemáticamente borrada del mapa. La diplomacia duerme un letargo inexplicable, las palabras se pierden en el vacío, y la pregunta fundamental, la raíz del conflicto, sigue sin respuesta. Observamos la tragedia como si fuera una obra de teatro, un drama repetido hasta la saciedad, cuyas lecciones, por alguna razón, nos negamos a aprender.

Tolstói, en su inmensa sabiduría, nos habló de la singularidad del sufrimiento. Y si bien cada tragedia es única, en Gaza encontramos un patrón desgarrador, una constante de dolor: edificios pulverizados, madres que acunan los cuerpos sin vida de sus hijos, hospitales transformados en improvisadas morgues, el espectro del hambre acechando en cada esquina. En la oscuridad de sus hogares destruidos, los gazatíes recorren los pasillos de una tragedia inmensa, mientras la amenaza de la aniquilación, pronunciada con una frialdad que hiela la sangre, pende sobre sus cabezas.

Pero incluso en el abismo más profundo, la luz de la esperanza se niega a extinguirse. En medio de la devastación, en Rafah, en Yenín, florece la bondad humana: médicos que operan a la luz de las velas, periodistas que documentan la barbarie incluso a costa de sus propias vidas, voluntarios que, con sus propias manos, rescatan los cuerpos de entre los escombros. Niños, como Fátima y Ahmed, nombres que se repiten como un mantra doloroso entre las ruinas, alzan la mirada al cielo, buscando respuestas entre el zumbido de los drones y el rugido de los aviones.

Desde octubre de 2023, miles de vidas han sido segadas, el plan de exterminio sigue su curso implacable, y la esperanza se aferra a un hilo cada vez más delgado. El sufrimiento ha alcanzado límites que deberían ser inconcebibles en el siglo XXI. Sin embargo, la Franja persiste, se resiste con la humilde dignidad de una piedra lanzada contra un tanque, con la poesía garabateada en los muros de los refugios derruidos, con el orgullo de los keffiyehs manchados de sangre que ondean al viento.

Sari Nusseibeh, filósofo palestino, nos habla del perdón en el corazón del horror. Un perdón no como una concesión, sino como un acto ético que trasciende la lógica simplista de vencedores y vencidos. Y nos preguntamos, atónitos, ¿cómo puede florecer la compasión en un infierno como este? Gaza responde con actos de amor entre las ruinas, con una resistencia que desafía la lógica de la destrucción.

Es imperativo que cuestionemos nuestras convicciones, que redefinamos lo imposible. La comunidad internacional debe reconocer la inviabilidad ética y racional de las acciones del gobierno israelí contra el pueblo gazatí y el resto de Palestina. Estas acciones no son solo una ofensa a la historia, sino una amenaza al futuro de la humanidad.

Tolstói también nos instó a la introspección: "Todos piensan en cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo". ¿Aprenderemos alguna vez la lección? ¿O seguiremos condenados a repetir la misma tragedia, página tras página, guerra tras guerra, como si el dolor ajeno fuera una novela que podemos cerrar cuando nos cansamos de leer? Gaza nos interpela a todos, nos exige una respuesta. El silencio es cómplice.

Fuente: El Heraldo de México