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29 de junio de 2025 a las 09:10

Irán vs. Israel: ¿Paz o trampa?

La tensión en Oriente Medio nos recuerda una verdad incómoda: en el tablero geopolítico, las pausas no son sinónimo de paz. El reciente cese al fuego entre Irán, Israel y Estados Unidos, tras el intercambio de ataques a instalaciones nucleares y bases militares, no es más que un respiro, una suspensión temporal de las hostilidades, un interludio en una sinfonía de tensiones latentes. Confundirlo con un avance hacia la paz sería un grave error de análisis, una ingenuidad que ignora la compleja dinámica de poder que subyace a este conflicto. Un verdadero tratado de paz requiere algo más que el silencio de las armas. Exige un diálogo profundo, un reconocimiento mutuo de las partes implicadas, compromisos verificables y mecanismos que garanticen su cumplimiento a largo plazo. El acuerdo de Camp David, que puso fin a décadas de conflicto entre Egipto e Israel, o los Acuerdos de Dayton, que detuvieron la sangrienta guerra en Bosnia, son ejemplos de lo que implica una verdadera apuesta por la paz. En el caso que nos ocupa, la ausencia de mediadores internacionales, la falta de un marco político sólido y la inexistencia de mecanismos de verificación del cese al fuego, delatan la naturaleza táctica y precaria de este alto el fuego.

Más que un paso hacia la paz, este cese al fuego parece una maniobra calculada para aplacar la presión internacional y, al mismo tiempo, enviar mensajes a las audiencias internas. Estados Unidos, en su papel de supuesto mediador, no busca la resolución del conflicto, sino su gestión estratégica. Una guerra a gran escala en Oriente Medio, con su inevitable impacto en los precios del petróleo y la estabilidad regional, no conviene a los intereses de Washington. Pero tampoco le conviene un Irán con capacidad nuclear consolidada. La estrategia, entonces, se centra en mantener una tensión controlada, una guerra latente que justifique la presencia militar estadounidense en la región, fortalezca la alianza con Israel y genere réditos políticos en el escenario interno. Esta “guerra fría” en Oriente Medio le permite a Estados Unidos mantener su influencia en los mercados energéticos, proyectar su poderío militar y presentarse como un actor indispensable en la escena internacional.

El caso de Corea, con su armisticio de 1953 que nunca se tradujo en un tratado de paz, es un ejemplo paradigmático de esta estrategia de la tensión controlada. La península coreana, técnicamente, sigue en guerra, un conflicto congelado que perpetúa la división y la desconfianza. Otro ejemplo lo encontramos en Colombia, donde décadas de ceses al fuego intermitentes no lograron la paz definitiva hasta la firma del acuerdo de La Habana en 2016. Incluso en el conflicto palestino-israelí, los numerosos ceses al fuego firmados desde los Acuerdos de Oslo no han conseguido poner fin a la violencia y la ocupación.

El reciente intercambio de misiles, con Irán celebrando un impacto simbólico en una base estadounidense en Qatar y Estados Unidos presentándose como garante del orden, ilustra la lógica perversa de este juego de poder. Cada actor construye su narrativa de fuerza y legitima sus acciones ante su propia población. Mientras tanto, la paz, la verdadera paz, sigue siendo una promesa incumplida, un objetivo postergado en el altar de los intereses geopolíticos. ¿Hasta cuándo seguiremos confundiendo las pausas con el fin de la partida? ¿Hasta cuándo aceptaremos estas treguas tácticas como si fueran auténticos pasos hacia la paz?

Fuente: El Heraldo de México