
28 de junio de 2025 a las 09:20
Descubre la magia de Reforma
La imponente avenida Paseo de la Reforma, pulmón verde y arteria principal de la Ciudad de México, no solo es un testigo silencioso de la historia, sino también un vibrante museo al aire libre. Sus glorietas, coronadas por estatuas de bronce, narran la épica de hombres y mujeres que forjaron la nación mexicana, desde la lucha por la independencia hasta la consolidación de la república. Pero, ¿cómo surgió esta magnífica idea de poblar la Reforma con estos monumentos a la memoria? La respuesta se encuentra en la visionaria mente de don Francisco Sosa Escalante, un ilustre historiador y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, quien en 1887, a través de las páginas del periódico El Partido Liberal, lanzó una propuesta que resonaría a través del tiempo.
Sosa Escalante, con una pluma tan afilada como su intelecto, argumentaba que cada estado de la federación debía erigir dos estatuas de sus próceres más destacados, para que, al ser colocadas en el Paseo de la Reforma, se convirtieran en un recordatorio perenne de la grandeza de México. Imaginemos la escena: pasear por la Reforma y encontrarse cara a cara con los héroes de la Independencia, con los defensores de la patria durante la invasión estadounidense, con los artífices de la Reforma y la Constitución de 1857. Un verdadero paseo por la historia, accesible a todos, nacionales y extranjeros. Don Francisco Sosa no solo buscaba embellecer la ciudad, sino también educar y despertar el orgullo patrio en el corazón de cada mexicano.
Su propuesta, publicada en el periódico, no tardó en encontrar eco en el gobierno de Porfirio Díaz. Tan solo dos años después, en 1889, se inauguraba la primera estatua, la del brillante Ignacio Ramírez "El Nigromante", un acto solemne que contó con la presencia del propio presidente Díaz, música de bandas militares, discursos encendidos y la declamación de poemas. La pluma del cronista Salvador Novo nos transporta a ese momento histórico, describiendo la escena con su característico estilo mordaz e irónico, destacando la paradoja de inaugurar la estatua de un pensador liberal, como Ramírez, bajo el gobierno de Díaz.
La iniciativa de Sosa Escalante fue un éxito rotundo, y el Paseo de la Reforma se fue poblando, poco a poco, con las figuras de bronce de los héroes nacionales. Cada estatua, más allá de su valor artístico, se convertía en un símbolo, en una lección de historia, en un homenaje a la perseverancia y el sacrificio de aquellos que lucharon por un México mejor. Y es que, como bien lo señalaba Sosa, la Reforma, con sus imponentes monumentos, se convertiría en "uno de los sitios más hermosos y, por consiguiente, más visitado por nacionales y extranjeros".
Pero la contribución de don Francisco Sosa a la cultura mexicana no se limita a la idea de las estatuas de la Reforma. Su prolífica obra, que incluye el libro Las Estatuas de Reforma, publicado en 1900, es un testimonio de su pasión por la historia y su compromiso con la difusión del conocimiento. Además, fue él quien propició el encuentro entre Ignacio Manuel Altamirano y el editor Santiago Ballescá, que culminó con la publicación de la icónica novela El Zarco, e incluso escribió el prólogo de la primera edición de esta obra maestra de la literatura mexicana. Un verdadero erudito, un impulsor de la cultura, un hombre cuya visión transformó para siempre el paisaje urbano de la Ciudad de México y enriqueció el patrimonio cultural de la nación. Su legado perdura en cada paseo por la Reforma, en cada mirada que se posa sobre las estatuas de bronce, en cada historia que se susurra al pie de estos monumentos a la memoria.
Fuente: El Heraldo de México