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27 de junio de 2025 a las 09:30

Expectativas de la Corte

La democracia moderna se sostiene en un delicado equilibrio de poderes, un pacto tácito entre gobernantes y gobernados. Los ciudadanos, en ejercicio de su soberanía, ceden una porción de su libertad a cambio de la promesa de un bienestar colectivo, orquestado por un gobierno electo. Este traspaso de poder, sin embargo, no es incondicional. Se erige sobre la sólida base de la ley, expresión tangible de la voluntad popular, y se encuentra delimitado por ella. La ley, a su vez, encuentra su cúspide en la Constitución, la norma suprema, el mapa que define la ruta del Estado.

En este intrincado tejido jurídico, la Constitución se alza como un faro, iluminando el camino de la convivencia social. Idealmente, debería ser un documento conciso, preciso, un compendio de principios fundamentales. Sin embargo, en la realidad, a menudo se convierte en un reflejo de las complejidades sociopolíticas del momento, incorporando disposiciones coyunturales que, si bien necesarias en su tiempo, pueden perder vigencia con el paso de los años. Distinguir entre lo esencial y lo contingente, entre la estructura jurídica inamovible y las adaptaciones a la coyuntura, se convierte entonces en una tarea crucial para comprender el verdadero alcance de la Carta Magna.

Dentro de este marco, existen dos pilares fundamentales que sostienen el edificio constitucional y que no pueden ser alterados sin poner en riesgo la estabilidad del sistema: los derechos fundamentales de los ciudadanos y las garantías para su protección, y la estructura misma del Estado, incluyendo la división de poderes. Esta última, la separación de poderes, es la piedra angular sobre la que se construye la democracia, el mecanismo que impide la concentración del poder y garantiza el equilibrio entre las diferentes instancias del Estado.

La pregunta clave es: ¿qué valor tienen las leyes si una misma voluntad política las crea, las ejecuta y las interpreta? La respuesta reside en la existencia de un Poder Judicial independiente, un árbitro imparcial encargado de velar por el cumplimiento de la ley y de la Constitución. Este poder, ajeno a las presiones políticas, es el guardián del orden constitucional, el garante de los derechos ciudadanos y el contrapeso necesario para evitar los excesos del poder.

El control constitucional, ejercido por el Poder Judicial, es la herramienta fundamental para asegurar que las acciones del gobierno se ajusten a los principios constitucionales. Es a través de este mecanismo que se protegen los derechos fundamentales, se preserva la división de poderes y se garantiza la vigencia de la democracia. Sin un control constitucional efectivo, el Estado de Derecho se convierte en una quimera, una promesa vacía sin respaldo real.

La Suprema Corte de Justicia de la Nación, como máximo intérprete de la Constitución, juega un papel crucial en este entramado. Su independencia es esencial para garantizar la imparcialidad de sus decisiones. Sus miembros deben estar libres de cualquier influencia política o partidista, actuando únicamente con base en el derecho y en la justicia. La Corte no debe ser un espacio para aprendices, sino un foro para expertos en derecho constitucional, con una amplia trayectoria y un profundo conocimiento de la materia.

La función de la Corte es interpretar la Constitución, dar certeza jurídica a los ciudadanos y dirimir las controversias entre los diferentes poderes del Estado. Sus decisiones son vinculantes, lo que significa que todos los actores involucrados deben acatarlas. Esta facultad de interpretación última le otorga a la Corte una enorme responsabilidad, ya que sus fallos tienen un impacto directo en la vida social y política del país.

Si la Corte pierde su independencia, si se deja influir por intereses políticos o partidistas, pierde también su credibilidad y su legitimidad. Y con ello, se erosiona la base misma del Estado de Derecho. La Constitución deja de ser la norma suprema, el pacto social se debilita y la paz social se ve amenazada. Por eso, la independencia del Poder Judicial, y en particular de la Suprema Corte, es una condición indispensable para la supervivencia de la democracia.

Fuente: El Heraldo de México