
27 de junio de 2025 a las 09:10
Exige Justicia para Lilia Gemma
La historia de Lilia Gemma García no es un número más en la estadística de la violencia. Es un testimonio de la lucha incansable por el progreso, por la justicia y por la dignidad de un pueblo. Su compromiso con San Mateo Piñas, la comunidad que la vio crecer y a la que dedicó sus últimos años, trascendía lo político. Era una entrega visceral, un reflejo de su profunda convicción de servicio público, heredada quizás de su padre, Cástulo García, figura respetada y dos veces presidente municipal por aclamación popular.
Desde sus inicios en el movimiento obrero y popular de los años 70, tras su formación como socióloga en la UNAM, Lilia Gemma demostró una sensibilidad especial por las causas sociales. Su militancia en organizaciones socialistas fue el preludio de una vida dedicada a la lucha por un mundo más justo, una lucha que la llevaría de regreso a Oaxaca, a su tierra, tras su jubilación en la máxima casa de estudios.
En San Mateo Piñas, Lilia no buscó el poder, sino servir. Su primer gran proyecto, la construcción del camino artesanal Copalita-San Mateo Piñas, fue un ejemplo de su dedicación y honestidad. Durante más de dos años, vigiló cada peso del presupuesto federal, asegurándose de que cada recurso se destinara a la obra, combatiendo la corrupción que, como una enfermedad silenciosa, carcome las entrañas del progreso. Gracias a su esfuerzo, San Mateo Piñas dejó de ser un pueblo incomunicado, abriéndose al mundo y al futuro.
Su llegada a la presidencia municipal, hace dos años y medio, fue consecuencia natural de su trabajo y compromiso. Asumió el cargo con la misma humildad y determinación que la caracterizaban, atendiendo las necesidades de la comunidad y, al mismo tiempo, continuando su lucha contra la corrupción. Esta lucha, sin embargo, la enfrentó a poderosos intereses, a la mezquindad y a la ambición desmedida de algunos miembros del cabildo. El tesorero, el regidor de hacienda y el síndico, según sus propias palabras, se convirtieron en sus principales opositores, obstaculizando su labor y tejiendo una red de intrigas y sabotajes.
La denuncia del robo de 50 millones de pesos por parte del anterior presidente municipal, Tomasín, un recurso destinado a la reparación de los daños causados por el huracán Ágatha, fue un acto de valentía que la puso en la mira de aquellos que se beneficiaban del sistema corrupto. A pesar de las amenazas y las dificultades, Lilia Gemma no claudicó. Su renuncia a la Comisión de Seguridad del Estado, en señal de protesta por la falta de avances en las investigaciones, fue un grito desesperado que, afortunadamente, llegó a oídos del gobernador Salomón Jara, quien le pidió que no abandonara la lucha y se comprometió a impulsar las denuncias.
La decisión de la Fiscalía Estatal de retomar el caso, antes en manos de la Vicefiscalía regional de la costa, fue el detonante de la tragedia. El asesinato de Lilia Gemma, junto con Gregorio García Ruíz, quien gestionaba un camino para su ranchería, es un doloroso recordatorio de la violencia que azota a nuestro país y de la impunidad que a menudo la acompaña. El hecho de que los asesinos balearan todas las oficinas del municipio, excepto la del síndico, deja un manto de sospecha y exige una investigación exhaustiva y transparente.
La historia de Lilia Gemma no puede quedar en el olvido. Su lucha por la justicia, por el progreso y por la dignidad de su pueblo, debe ser un ejemplo para todos. Es nuestro deber honrar su memoria exigiendo justicia y trabajando para construir un México donde el servicio público sea sinónimo de honestidad y compromiso, y donde la violencia no sea la respuesta a la valentía y la determinación de quienes luchan por un mundo mejor. El llanto de Zenaido, su querido amigo, es el llanto de todos aquellos que anhelamos un país en paz, un país donde la vida de personas como Lilia Gemma no se reduzca a un número más en las estadísticas de la violencia.
Fuente: El Heraldo de México