
27 de junio de 2025 a las 09:30
Desafía tus ideas políticas
La rigidez ideológica se ha convertido en una epidemia que infecta el discurso político, transformándolo en un páramo desértico donde las ideas frescas se marchitan bajo el sol abrasador de la repetición. Observamos con creciente preocupación cómo la palabra, otrora herramienta de construcción y entendimiento, se degrada a mero instrumento de adoctrinamiento, un mantra repetido hasta la saciedad que vacía de significado cualquier intento de diálogo genuino. Este fenómeno, que podríamos denominar la "zombificación del discurso", se manifiesta en dos extremos aparentemente opuestos, pero unidos por la misma incapacidad para el pensamiento crítico y la creatividad.
Por un lado, tenemos a los profetas del apocalipsis, los agoreros que ven en cada acción del gobierno un presagio de catástrofe inminente. Su retórica, cargada de hipérboles y amenazas, busca sembrar el pánico y la desconfianza, construyendo un relato en el que la realidad se distorsiona hasta convertirse en una caricatura grotesca. Sus argumentos, basados en la exageración y el catastrofismo, carecen de la solidez de los datos y la precisión del análisis objetivo. Se alimentan del miedo, lo cultivan y lo propagan como una enfermedad contagiosa, creando un clima de tensión y polarización que impide cualquier posibilidad de debate constructivo.
En el otro extremo del espectro, encontramos a los maestros de la eufemismo, los arquitectos de la realidad virtual. Con habilidad de prestidigitador, manipulan el lenguaje para edulcorar las situaciones desfavorables, presentando una imagen idílica que se desmorona ante el mínimo escrutinio. Hablan de "bienestar", "progreso" y "unidad", términos vagos y ambiguos que carecen de referentes concretos, permitiéndoles construir un relato a la medida de sus intereses. Su dominio de la abstracción les permite eludir las preguntas incómodas y evadir la responsabilidad por sus acciones, creando una atmósfera de irrealidad que asfixia el pensamiento crítico.
Ambos extremos, a pesar de sus aparentes diferencias, comparten una característica fundamental: la ortodoxia. Su apego dogmático a una visión preconcebida de la realidad les impide considerar otras perspectivas, limitando el debate a una repetición incesante de las mismas ideas, los mismos argumentos, las mismas frases hechas. Este empobrecimiento del discurso político tiene consecuencias devastadoras para la democracia, pues impide la generación de nuevas ideas, la búsqueda de soluciones creativas y la construcción de consensos.
La salida de este círculo vicioso reside en la recuperación del pensamiento crítico, en la apertura al diálogo genuino y en la valoración de la pluralidad de voces. Necesitamos un espacio público donde las ideas se confronten con respeto y donde la búsqueda de la verdad sea el motor principal del debate. Solo así podremos romper con la ortodoxia asfixiante y construir una sociedad más justa, más libre y más democrática. La alternativa es la continuación de este teatro del absurdo, donde los actores recitan sus papeles memorizados mientras la realidad se descompone a nuestro alrededor.
Fuente: El Heraldo de México