
Inicio > Noticias > Literatura
26 de junio de 2025 a las 09:05
Domina tu lado salvaje
Guillermo Arriaga, un nombre que resuena con la fuerza de un eco en el panorama literario mexicano contemporáneo, regresa con una obra que promete no dejar indiferente a nadie: El hombre. No es la primera vez que el autor nos confronta con la violencia, un tema recurrente en su obra, desde la crudeza de Escuadrón Guillotina, pasando por la atmósfera opresiva de El búfalo de la noche, hasta la complejidad narrativa de El Salvaje. Sin embargo, en esta nueva novela, Arriaga lleva su exploración de la brutalidad a un nuevo nivel, situándola en el corazón mismo del siglo XIX norteamericano, una época donde la ley era un concepto difuso, un relato en construcción.
El hombre nos sumerge en un universo narrativo extenso y absorbente, construido a través de seis voces que se entrelazan y complementan con la precisión de un guionista experimentado. Y es que Arriaga, con su bagaje cinematográfico, narra como quien edita una película, ensamblando las piezas de una historia ambiciosa que busca desentrañar el origen del capitalismo estadounidense, no como un mero accidente histórico, sino como un pecado original, una mancha indeleble en el alma del país.
Henry Lloyd, el protagonista, se erige como una figura titánica, un Saturno devorador de tierras, mujeres, hijos y enemigos, en un contexto donde México aún se vislumbra como una frontera, una amenaza latente. Frente a él, Jack Barley, más que un antagonista, funciona como una contraparte moral, un joven inocente, semisalvaje, un Caín con una justificación para su existencia.
Arriaga construye un coro trágico de voces: esclavos libertos, mestizos, soldados, mujeres, indios apaches. Cada voz, con su tono particular, nos ofrece una perspectiva única sobre la violencia que permea la historia. Es un despliegue de virtuosismo técnico que evoca, en ciertos momentos, la polifonía narrativa de Absalom, Absalom!. Sin embargo, mientras Faulkner se decanta por el lirismo y la ironía bíblica, Arriaga opta por la fuerza bruta, la crudeza cinematográfica. Donde Faulkner sugiere, Arriaga golpea.
La belleza de El hombre reside en su carácter gótico, en su capacidad de explorar los rincones más oscuros de la naturaleza humana. La novela es un ambicioso intento, poco común en la narrativa mexicana reciente, por abarcar no solo vidas individuales, sino siglos de historia. En la genealogía de Henry Lloyd resuena una visión casi mitológica del pasado americano: la esclavitud, el despojo, la guerra, la acumulación de capital. El mal, en esta historia, no es una desviación, sino una necesidad estructural, el motor que impulsa el engranaje del poder.
Es inevitable la comparación con Meridiano de sangre, la obra maestra de Cormac McCarthy que explora un territorio similar. Sin embargo, mientras McCarthy construye una cosmogonía verbal a partir de lo indescifrable, con el Juez Holden como un enigmático apóstol de lo inexplicable, Arriaga elige la transparencia, la exposición. Lo que en McCarthy es una fuerza cósmica, en Arriaga se traduce en estrategia, supervivencia, cálculo. El resultado es una novela más accesible, pero igualmente perturbadora.
Cinco años de trabajo invirtió Arriaga en la escritura de El hombre. Una entrega que se percibe en cada página. La novela se presenta como una denuncia de los horrores fundacionales de Estados Unidos, pero su eficacia radica en la fascinación que ejerce la violencia que describe. Henry Lloyd no es un monstruo, sino un titán, y Arriaga nos ofrece su epopeya desde la perspectiva de los vencidos, sin dejar de lado el pulso del poder.
La alegoría también está presente: México aparece desmembrado, traicionado, un fantasma en la historia de su propio despojo. El relato de la pérdida de Texas y la expansión anglosajona resuena con ecos amargos que dialogan con Noticias del Imperio. Hay momentos de gran escritura, como el banquete de Henry Lloyd, donde se sirve carne humana sin que nadie lo sepa, una muestra de la capacidad de Arriaga para crear mitologías propias. Y la voz del niño esclavo, que narra como si estuviera atrapado en una pesadilla a cámara lenta, es uno de los grandes logros del libro. En esos pasajes, la novela trasciende su condición de thriller histórico y se convierte en gran literatura.
El hombre es una novela excesiva que exige del lector una entrega similar a la del autor. Hay que sobrevivirla. Nos ofrece una mirada lúcida, sin concesiones, sobre el origen violento del poder, y lo hace desde la posición de un testigo, no de un juez. Tal vez Arriaga no crea en la redención. Tal vez, como su personaje, solo confíe en el relato.
Fuente: El Heraldo de México