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26 de junio de 2025 a las 05:00

Adiós, Chapulín: Revive su último episodio

Un silencio expectante se apoderó de las salas de estar latinoamericanas aquel 26 de septiembre de 1979. Millones de ojos, acostumbrados al vibrante colorido del traje del Chapulín Colorado, se encontraron con una escena inusual: el héroe, despojado de su habitual frenesí, se dirigía directamente a ellos, con una mezcla de tristeza y gratitud en su voz. No era el inicio de una nueva aventura, sino un adiós. Un adiós necesario, explicado con la sinceridad que siempre caracterizó a Roberto Gómez Bolaños, el genio detrás del antihéroe más querido.

El peso del chipote chillón, de las antenitas de vinil, de las pastillas de chiquitolina, se hacía sentir no solo en la ficción, sino en el cuerpo del propio Chespirito. Aquellas piruetas imposibles, las caídas aparatosas, el ritmo vertiginoso de las grabaciones, exigían un esfuerzo físico que, con el paso del tiempo, se volvía una carga demasiado pesada. "Ya no soy un jovencito", parecía decirnos el Chapulín con su característica humildad, reconociendo sus limitaciones con la misma naturalidad con la que enfrentaba a los malhechores, aunque estos fueran producto de su propia torpeza.

Pero la despedida no fue solo un adiós a la exigencia física. Era también el cierre de un ciclo creativo, la culminación de una etapa que dio paso a nuevos horizontes. Chespirito, incansable creador, sentía la necesidad de explorar otros caminos, de dar vida a nuevos personajes, de experimentar con diferentes formatos. El programa "Chespirito", que ya se perfilaba como un éxito rotundo, le ofrecía la posibilidad de reunir a toda su familia de personajes en un mismo espacio, abriendo un nuevo capítulo en su prolífica carrera.

La nostalgia se mezclaba con la comprensión. Los televidentes, aunque apenados por la despedida, entendían las razones del Chapulín. Su mensaje resonaba con la honestidad de quien se despide con el corazón en la mano, agradecido por el cariño recibido, consciente del legado que dejaba tras de sí. Un legado construido a base de risas, de enseñanzas sencillas, de un humor blanco que trascendió generaciones y fronteras.

El "¡Síganme los buenos!" se transformó en un "¡Hasta luego!". Porque aunque el Chapulín Colorado dejaría de tener su propio programa, su presencia continuaría viva en el universo de Chespirito, asomándose de vez en cuando para recordarnos que la torpeza, combinada con un corazón noble y una pizca de astucia (aunque a veces fallara), puede ser la fórmula perfecta para conquistar el cariño del público. Un cariño que, a pesar del paso del tiempo, se mantiene intacto, convirtiendo al Chapulín Colorado en un ícono eterno de la televisión en español. Un personaje que, aunque se despidió hace décadas, sigue vivo en la memoria colectiva, en las frases que repetimos sin querer queriendo, en las risas que nos arranca cada vez que lo vemos, demostrando que la verdadera magia de la televisión no se apaga con el último capítulo.

Fuente: El Heraldo de México