
25 de junio de 2025 a las 09:25
¡Trump desata la furia!
La sombra de la guerra se extiende más allá del Golfo Pérsico, infiltrándose en la vida cotidiana de los estadounidenses. Ya no se trata de noticias lejanas que se consumen entre el café matutino y el tráfico de la tarde. El fantasma de un conflicto en suelo propio, una posibilidad latente desde el 11-S, ha regresado con la fuerza de un misil. El bombardeo a instalaciones nucleares iraníes ordenado por la administración Trump ha abierto una caja de Pandora de tensiones internas, exponiendo la profunda fractura que divide al país.
No es solo una división política, evidenciada en la polarización de las opiniones –republicanos a favor, demócratas en contra, independientes en la cuerda floja– según la encuesta de The Economist y YouGov. Es una fisura que atraviesa el tejido legal y social del país, cuestionando los límites del poder presidencial y la seguridad nacional. La decisión unilateral de Trump, sin consultar al Congreso, reaviva el debate sobre sus métodos, recordando al showrunner que prioriza el espectáculo por encima del protocolo, un estilo que en el delicado escenario geopolítico puede tener consecuencias devastadoras.
El miedo se ha convertido en un invitado incómodo en los hogares estadounidenses. Las noticias del Wall Street Journal sobre la intensificación de la búsqueda de ciudadanos iraníes con visas vencidas y la alerta del FBI sobre posibles ciberataques alimentan la paranoia. La amenaza, antes distante, ahora se palpa en la vigilancia creciente, en la sospecha que se instala entre vecinos. El conflicto ya no se libra solo con misiles y bombas, sino con algoritmos y datos, en un ciberespacio donde las fronteras son difusas y la vulnerabilidad, tangible.
La narrativa de Trump, simple y directa –"Estados Unidos no esperará a ser atacado"– busca justificar la acción militar y apelar al patriotismo. Sin embargo, al mismo tiempo, convierte al país en un blanco legítimo, abriendo la puerta a una guerra sin reglas, sin final previsible, contra un enemigo que no necesita cruzar océanos, solo teclear un código.
La ironía es palpable. El mismo Trump que prometió acabar con las guerras “sin sentido” en su primer mandato, ahora parece empeñado en protagonizar una guerra cargada de simbolismo, una guerra que no busca solo conquistar territorios, sino restaurar una imagen de supremacía, una fantasía de poder que podría costar muy caro.
El campo de batalla en 2025 no es solo el distante desierto iraní, sino también el corazón mismo de Estados Unidos. Un país dividido, enfrentado a sus propios demonios, donde el miedo al enemigo externo se mezcla con la desconfianza hacia el propio gobierno. Un país que, en su afán por proyectar fuerza, se encuentra paralizado por la incertidumbre, observando con inquietud cómo la mecha encendida en el exterior amenaza con incendiar su propia casa. La promesa de un futuro brillante se desvanece en la oscuridad de una guerra que, más que territorios, parece consumir la esperanza misma.
Fuente: El Heraldo de México