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25 de junio de 2025 a las 09:10

¡No a la Ley Mordaza!

La maquinaria del poder se ha puesto en marcha, sutil pero implacable, tejiendo una red de control sobre la palabra, sobre la opinión, sobre el disenso. Nos venden la idea de una protección necesaria, una salvaguarda contra las tempestades de la desinformación y la maledicencia que azotan las redes sociales. Un paternalismo asfixiante disfrazado de bienintencionismo. "Es por tu bien", susurran, mientras aprietan el lazo de la censura.

Primero, el golpe. Leyes estrictas, "dolorosas pero necesarias", dicen. Un eufemismo tras otro para ocultar la verdadera intención: amordazar la crítica, silenciar las voces incómodas. Nadie habla de censura, por supuesto. Sería demasiado descarado. Prefieren el lenguaje edulcorado de la protección, de la seguridad, del cuidado. Nos pintan como niños indefensos, incapaces de discernir entre el bien y el mal, necesitados de la guía firme y sabia del Estado.

Luego, la caricia. El bálsamo para aliviar la herida infligida. "No es censura, es protección", insisten. Protección de los vulnerables, de las mujeres, de los niños, incluso de los "gordos" (perdón, personas con sobrepeso). Una retórica sensiblera que busca apaciguar las conciencias, anestesiar la indignación. Sonrisas condescendientes y discursos conciliadores que esconden la amenaza latente: atrévete a desafiar el discurso oficial y sentirás el peso de la ley.

En Puebla, en Sonora, en la Ciudad de México, el mismo patrón se repite. Justificaciones vacías, argumentos falaces, una coreografía perversa de control y manipulación. Se castiga al ciudadano que osa cuestionar el poder, se le obliga a retractarse, a pedir disculpas, a humillarse públicamente. El Tribunal Electoral, otrora guardián de la democracia, se convierte en instrumento de represión, persiguiendo a ciudadanos por expresar sus opiniones. La masculinidad tóxica, un concepto válido en su justa medida, se convierte en arma arrojadiza para silenciar cualquier crítica, incluso la proveniente de mujeres.

El gobierno federal, en un arranque de autoritarismo, intenta controlar internet con una ley digna de Corea del Norte. Aunque la iniciativa se retira ante la presión social, la amenaza persiste. Otras leyes, igualmente restrictivas, se mantienen en pie, cerniéndose sobre la libertad de expresión. En Sinaloa, se intenta otorgar al funcionariado el poder de borrar contenidos de las redes sin autorización judicial. Una herramienta peligrosa en manos de quienes detentan el poder.

La caricia se desvanece, dejando al descubierto la crudeza del autoritarismo. El presidente del Senado humilla públicamente a un ciudadano. Un periodista ve su periódico clausurado en Campeche. Voces críticas, como las de Héctor de Mauleón o Laisha Wilkins, son silenciadas. El mensaje es claro: el poder es absoluto, la disidencia no será tolerada.

¿Cómo llamar a una sociedad sometida a estas reglas? Mejor no preguntarlo. La respuesta podría acarrear consecuencias desagradables. "Por tu propio bien", claro. Un silencio impuesto, una mordaza invisible, una sociedad donde la libertad de expresión es un lujo que pocos se pueden permitir. Un futuro distópico que se cierne sobre nosotros, mientras el poder consolida su control, silencio a silencio, caricia a golpe.

Fuente: El Heraldo de México