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25 de junio de 2025 a las 09:30
La poesía primero: Vicente Quirarte
La fascinación por las historias, ese germen que florece en la infancia y nos acompaña a lo largo de la vida, moldeando nuestra percepción del mundo, es el motor indiscutible de la creación literaria. Vicente Quirarte, galardonado con el Premio Nacional de Artes, nos revela cómo la lectura de "Gil Blas de Santillana" no solo despertó su pasión por las letras, sino que tejió un universo propio, un espacio donde la realidad se fundía con la fantasía, con la misma naturalidad con la que un niño acompaña las aventuras de un pícaro con un sorbo de Coca-Cola. Ese acto, aparentemente simple, encierra la magia de la literatura: transportarnos a otros mundos, vivir experiencias ajenas y, en ese proceso, conocernos a nosotros mismos.
Don Pancho, el portero del edificio en el Centro Histórico, se convertía en un narrador oral, alimentando con sus relatos de fantasmas la imaginación del joven Quirarte. La azotea, espacio cotidiano, se transformaba en un escenario de terror, poblado por seres espectrales que acechaban en las sombras. El cine, con sus programas triples de monstruos clásicos, completaba el panorama, creando un imaginario donde Frankenstein y Drácula se codeaban con los espectros de la azotea. Estas experiencias, grabadas a fuego en la memoria, demuestran cómo lo cotidiano puede transmutarse en extraordinario a través de la lente de la imaginación.
La Ciudad de México, laberinto de calles y historias, es un personaje más en la vida de Quirarte. Una ciudad que ya no existe, que pervive en los recuerdos y en las páginas de sus libros. La Prepa 2, en el Palacio de la Autonomía, fue el escenario de un encuentro crucial: un concurso de poesía que cambió el rumbo de su vida. De la arquitectura a las letras, un salto impulsado por la pasión por la palabra.
Más de 45 años de trayectoria respaldan la obra de Quirarte, un recorrido que abarca poesía, narrativa, ensayo y teatro. "Vencer a la blancura", título premonitorio, refleja la lucha constante del escritor contra la página en blanco, esa batalla contra la inseguridad, la duda, la pregunta ineludible: ¿para qué escribir? La respuesta, como bien apunta T.S. Eliot, reside en el intento, en la perseverancia, en la necesidad de dar forma a las ideas, a las emociones, a las historias que nos habitan.
"El tiempo y sus mastines", uno de sus libros predilectos, nos revela la esencia de la poesía: el tiempo vivido, preservado intacto a través de la palabra. La poesía, como la define Quirarte, es "poiesis", creación. No se limita al verso, sino que se expande, abarcando todas las formas de expresión artística. "Pedro Páramo", "El arco y la lira", "Aurelia o el sueño y la vida", todas estas obras, en su diversidad, comparten un mismo origen: la poesía, ese relato que nos ilumina sin que lo percibamos.
El poeta, en la visión de Quirarte, es la "mala conciencia de su tiempo", una voz disidente, que se sitúa al margen de lo establecido. La poesía se erige como un acto de resistencia, una lucha contra la oscuridad para alcanzar la luz. Una paradoja que resume la esencia misma del arte: transformar la realidad a través de la imaginación.
Fuente: El Heraldo de México