
25 de junio de 2025 a las 09:25
El Diego Luna que necesitamos
La anécdota del kimchi con mole, ese hipotético crisol de sabores coreanos y mexicanos, sirve como pretexto perfecto para adentrarnos en la reflexión de Diego Luna sobre la identidad migrante en Los Ángeles. Más allá de la imagen pintoresca de una pareja multicultural fusionando sus gastronomías y sus vidas, se esconde una verdad mucho más profunda: la riqueza que surge del intercambio cultural, del encuentro de diferentes historias y tradiciones. Luna, con su particular carisma y una inteligencia que se disfraza de humor, desmonta los estereotipos y nos invita a repensar la narrativa impuesta sobre la migración.
Su monólogo en el programa de Jimmy Kimmel no es simplemente un conjunto de chistes bien ejecutados; es una declaración política disfrazada de comedia, una sutil pero contundente crítica a las políticas migratorias de la era Trump. Desde el inicio, con la broma sobre la posibilidad de ser deportado, Luna nos confronta con el absurdo de la discriminación y la xenofobia. Su impecable traje y su aparente calma contrastan con la fuerza de sus palabras, que resuenan con mayor intensidad precisamente por la serenidad con la que las pronuncia.
No recurre a la ira ni a la confrontación directa, sino a la empatía y al razonamiento. Nos recuerda que los migrantes, lejos de ser una amenaza, llegan con un profundo agradecimiento y una inmensa voluntad de contribuir. Traen consigo sus historias, sus amores, sus tradiciones, y las comparten generosamente, enriqueciendo el tejido social y cultural del país que los acoge. No vienen a restar, sino a sumar, a construir algo nuevo y vibrante a partir de la fusión de sus experiencias con las del lugar que ahora llaman hogar.
Luna desmantela la falacia de la pureza cultural, mostrando que la verdadera fuerza de una nación reside en su diversidad, en su capacidad para abrazar las diferencias y convertirlas en un motor de crecimiento. Los Ángeles, la ciudad de los tacos coreanos y del kimchi con mole, se convierte en el símbolo de esta nueva realidad, un espacio donde las culturas se entrelazan y se enriquecen mutuamente.
La genialidad de Luna radica en su habilidad para comunicar un mensaje complejo con sencillez y humor. No necesita alzar la voz ni recurrir a la grandilocuencia para llegar al corazón de la audiencia. Su discurso, aparentemente ligero, se convierte en un poderoso instrumento de cambio, una invitación a la reflexión y a la acción. En un contexto político polarizado, donde la retórica del odio y la división se impone, Luna nos recuerda la importancia de la empatía, del respeto y de la construcción de puentes en lugar de muros.
Su intervención en el programa de Kimmel trasciende el entretenimiento para convertirse en un acto de ciudadanía, una demostración de cómo el humor y la inteligencia pueden ser herramientas eficaces para combatir la injusticia y promover un cambio social positivo. Diego Luna, con su aparente sencillez, nos ofrece una lección magistral de cómo ser un ciudadano comprometido y un agente de cambio en un mundo que necesita, más que nunca, de voces que inspiren esperanza y promuevan la unidad. Su ejemplo nos invita a todos a ser ciudadanos activos, a utilizar nuestras propias voces, por pequeñas que parezcan, para construir un mundo más justo y equitativo.
Fuente: El Heraldo de México