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24 de junio de 2025 a las 12:45

Descubre la magia de la Calzada de Guadalupe

La Calzada de Guadalupe: mucho más que una simple avenida, un río humano de fe que fluye hacia el Tepeyac. Imaginen, por un instante, el México de finales del siglo XVIII. La Nueva España, en el ocaso de su esplendor virreinal, atestigua el nacimiento de una obra monumental: la Calzada de Guadalupe. No se trataba simplemente de conectar la ciudad con el santuario mariano; se buscaba construir un camino a la altura de la creciente devoción a la Virgen del Tepeyac, un símbolo que trascendía lo religioso para encarnar la identidad de una nación en ciernes.

El antiguo camino, la Calzada de los Misterios, sucumbía ante el paso del tiempo y las inclemencias del clima, incapaz de contener el fervor guadalupano. Era necesario un nuevo sendero, digno del fervor de millones. Así, entre 1786 y 1791, bajo el mandato de los virreyes Manuel Antonio Flórez y Juan Vicente de Güemes, se erigió esta imponente calzada de 3.8 kilómetros de longitud y 21 metros de ancho, flanqueada por albarradas protectoras y puentes que unían a una ciudad en constante expansión.

Pero la Calzada de Guadalupe es mucho más que piedra y cemento; es un testimonio vivo de la historia. Sus piedras han sido testigos silenciosos de la transformación de México, desde la época virreinal hasta la modernidad. Imaginen las carretas y los caballos transitando por ella, dando paso, con el tiempo, a los tranvías y, posteriormente, al bullicio de los automóviles. A pesar del ritmo frenético de la ciudad, la calzada conserva su aura de serenidad, como un remanso de paz en medio del caos.

Cada 12 de diciembre, la calzada se transforma en un mar humano, un río de fe que fluye hacia la Basílica. Millones de peregrinos, provenientes de todos los rincones del país, recorren sus 3.8 kilómetros, cada paso imbuido de esperanza y devoción. El aire se impregna de cantos, rezos y el aroma del copal, creando una atmósfera única, una experiencia sensorial que trasciende lo religioso para convertirse en una manifestación cultural profundamente arraigada en el alma mexicana.

Consciente de su valor histórico y cultural, el Gobierno de la Ciudad de México, en colaboración con el INAH, llevó a cabo una importante restauración en 2017. La colocación de losetas de cantera, el rediseño del camellón central, la mejora de la iluminación y la adecuación de pasos peatonales, no solo embellecieron la calzada, sino que la dignificaron, reafirmando su importancia como patrimonio cultural de la nación.

El Puente Papal, construido para la visita de Juan Pablo II, se alza como un símbolo de la conexión entre la fe del pasado y la del presente, facilitando el paso de los peregrinos y recordándonos la trascendencia de este lugar sagrado. La Calzada de Guadalupe, en la alcaldía Gustavo A. Madero, es más que una vía que conecta el centro de la Ciudad de México con la Basílica; es un vínculo tangible con nuestra historia, un espacio donde la fe, la identidad y la memoria colectiva convergen en un emotivo peregrinar. Caminar por ella es recorrer un camino de siglos, un acto de fe y una experiencia que se graba en el corazón de quienes la transitan. Es un recordatorio de que, incluso en la vorágine de la vida moderna, existen espacios donde la esperanza y la tradición siguen vivas.

Fuente: El Heraldo de México